Entré al club como cada jueves por la
noche. El humo del ambiente tan cargado me hizo entrecerrar los ojos que ya
empezaban a picarme mientras se acostumbraban a la tenue luz del local.
Me senté en la barra. Pedí lo de siempre. Doble de vodka, Grey Goose
por supuesto.
Seguí el patrón semanal: observé a las
chicas, paseando la mirada una por una, buscándola a ella, Ginger.
Ginger, Ginger, Ginger, Ginger, Ginger, Ginger, Ginger, Ginger Ginger,
Ginger, Ginger. Su nombre retumbaba en mi cabeza sin cesar.
Ginger era una chica del barrio,
veintitantos, dicen que no quiso estudiar y acabó de bailarina de barra
americana, aunque creo que la vida tampoco la trató demasiado bien. Su madre
era alcohólica y su hermano el camello del barrio. Años atrás yo mismo fui a su
casa cientos de veces a pillar lo mío. Ginger siempre estaba en el mismo sitio,
tirada en el sofá viendo no sé qué mierda de programa para adolescentes. A
veces me miraba mientras yo esperaba a que su hermano me vendiera la coca. A
veces me sonreía y puedo decir que ya entonces-y de esto hace unos años-tenía
la sonrisa más sexy del mundo.
Ginger … peligrosa, pelirroja, labios de
infarto, ojos verdes y un cuerpo voluptuoso que en mis sueños me volvía loco
cada noche. Siempre soñaba lo mismo, soñaba que estaba sobre mí, desnuda, y que
su pelo largo y rojo caía sobre mi cara con cada una de mis embestidas. Aunque
sólo era un sueño porque en el club no podía tocarla. Sólo mirar decían los
carteles.
Yo, a punto de cumplir los cuarenta, alcohólico
y ahora ex cocainómano, mucho tiempo sin tener sexo de verdad porque la gran
mayoría de las noches acababa demasiado borracho como para intentar meterla en
ningún sitio. Y eso era un problema porque me moría de ganas de estar dentro de
ella.
Ese día había bebido menos de lo habitual,
tenía que llegar lo suficientemente sobrio a la hora de cierre del club porque
esos sueños me estaban volviendo loco. Lo normal era que me quedara noqueado
mientras Ginger bailaba. Ya no podía esperar más. Debía ser esa noche, tenía
que aguantar sin desmayarme para descubrir lo que se sentía de verdad al tener su
pelo rozando mi cara y mi polla dentro de ella.
Pedí otro vodka, me mojé los labios para
poder sentir de nuevo el escozor del alcohol recorriendo mis venas y avancé
hasta la tarima roja sobre la que se movía Ginger, tan sensual, tan
eróticamente salvaje y volviéndome tan loco con cada movimiento de sus caderas.
Me quedé plantado frente a ella como una
estatua, esperando para obtener toda su atención. Me miró, nos miramos y ella
me dedicó una sonrisa muy perversa mientras se deslizaba insinuante por la
barra americana. Se me puso dura instantáneamente y para compensar me mordí el
labio tan fuerte que me hice sangre y ella abrió sus ojos sorprendida. Le tendí
la mano para ayudarla a bajar del escenario, ella se agarró aunque al bajar
acabó con su boca en mi cuello y eso no me ayudaba mucho. Ese pequeño roce me
ponía más cachondo todavía.
Ella ya sabía lo que había. Un privado.
Cabinas cerradas con cortinas. En el
interior sillones blancos de diseño, una mesita de metacrilato transparente y
la cámara de seguridad, para controlar.
Entré primero, dejé el chupito y dos
billetes de cincuenta sobre la mesa. Me acomodé en el sillón.
-¿Qué clase de baile quieres?-me preguntó
Ginger.
-Haz lo que quieras. Échale imaginación-le
contesté yo.
-Como quieras. Ya conoces las reglas. Sólo
mirar, nada de tocar. Sólo yo te puedo tocar si quiero. ¿Queda claro?
Asentí moviendo la cabeza de arriba a abajo y alzando las
manos.
Ginger
comenzó a bailar moviendo sus caderas de un lado a otro, bajando poco a poco y
volviendo a subir. Yo no le quitaba ojo, no podía apartar mi mirada de ella.
-Hoy estás distinto, parece que no te vas
a quedar dormido-me dijo sin parar de contonearse, acercándose a mi poco a
poco, fijando sus ojos verdes en mi.
-No. Hoy pienso estar despierto toda la
noche.
Ginger se pasó las manos por los pechos
sin parar de mover las caderas como un demonio y un calor procedente del mismo
averno se apoderó de mi cuerpo, de mi mente y de mi polla que crecía cada vez
más.
Ella seguía bailando para mí.
Yo luchaba por no tocarla, ya no sabía que
hacer con mis manos, unas manos que se rebelaban por tocar cada centímetro de
su piel. Su culo ya estaba casi rozando mi cara y yo me relamía el labio
inferior que todavía sabía a hierro, pero lo que de verdad estaba deseando era
retirar esa minúscula braguita que nos separaba y follármela con la lengua para
descubrir el sabor que se escondía entre sus piernas. Y no podía. Sólo mirar
decía el cartel. Querer y no poder.
Ginger se sentó a horcajadas sobre mí,
puso las manos sobre mi pecho para sujetarse mientras arqueaba la espalda
echándose hacia atrás. Al subir su sexo quedó pegado al mío. Yo noté su calor y
ella pareció sorprenderse al notar mi erección. Sus ojos se agrandaron y una
sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios. Se frotó, se frotó tanto contra mi
polla que creí que iba explotar. Mis manos que estaban estiradas a lo largo del
cabecero se agarraban con fuerza al relleno del sillón. Yo sólo quería tocarla,
acariciarla, besarla y lamer cada rincón de su cuerpo.
Ginger se incorporó, separándose de mí.
-El baile ha terminado-me dijo Ginger
Me levanté, me bebí de un trago el Grey
Goose y me dispuse a salir.
-Ginger- dije
-¿Sí?
-Te espero fuera
No contestó, pero sus ojos ardieron de
deseo.
La esperé un rato fuera, apoyado en el
coche. Saqué un Marlboro y lo encendí. El resplandor del encendedor iluminó mi
cara. La vi salir. Me miró, dijo algo a las chicas que la acompañaban y comenzó
a andar hacía a mí, como una diosa bajando del Olimpo. El pelo alborotado por
la brisa nocturna, los pechos sobresalían por su escote, sus piernas me
parecían cada vez más largas y su falda más corta.
-¿Qué quieres?-me preguntó
La miré y me reí. Ya nadie nos oía. Sólo
estábamos ella y yo. Su coche y el mío.
-No te rías y dime qué quieres- volvió a
decir un poco enfadada.
Paré de reír. Me puse serio y la miré,
frente a frente. Este era mi momento y no podía andarme por las ramas ni
aplazarlo un segundo más.
-Lo que quiero es meterme dentro de ti
toda noche, follarte de todas las formas posibles hasta que no puedas más y me
supliques que pare y que grites, que grites mucho cuando me corra dentro de ti -suspiré
un segundo y la agarré por los hombros-porque estoy obsesionado, sueño todas
las noches contigo y no puedo sacarte de mi jodida cabeza y …
Y Ginger tapó mi boca con sus labios. Nos
besamos larga y profundamente. Reconociéndonos, ardiendo. Mordió mi labio que
volvió a sangrar y lo relamió. Ese gesto me volvió loco. Agarré su culo,
pegándola más a mi erección, metí la mano por debajo de su falda para acariciar
y tocar todo lo que mis dedos abarcaran ¡sorpresa!
-No llevo bragas-dijo riendo
-Mucho mejor, entremos en el coche.
Nos
colocamos en la parte trasera y Ginger que no paraba de besarme me desabrochó
los pantalones y me ayudó a deshacerme de ellos, sin darme tiempo se abalanzó
sobre mí, me bajó los calzoncillos y me obligó a quedarme sentado con el culo
sobre mis talones, cuando quise darme cuenta sus labios y su lengua ya estaban
jugando con mi glande, jadeé porque una chica de su edad no debería saber hacer
tan bien esas cosas. ¡Oh joder! Agarré su pelo y mantuve el ritmo hasta que
supe que no iba a aguantar mucho más.
-Espera,
espera. Ahora me toca mi.
-Vale, pero enciende la radio- me pidió
Ginger
-No. Aquí no tienes que bailar para
nadie-respondí
-Te equivocas, esta noche voy bailar sólo
para ti-contestó ella.
No me hizo caso y la encendió. Era una
chica rebelde.
Sonaba You don´t own me, una versión, The Blow Monkeys. La
canción se equivocaba porque esta noche sí me pertenecía, era sólo para mí.
Ginger se había quedado dándome el culo, aproveché
su postura, le acaricié las piernas, separándoselas, le subí la falda hasta la
cintura, le pasé la mano por su precioso sexo húmedo que ya estaba listo para
recibirme; pero primero quería darle lo que ella me había dado mí. Pasé la mano
por delante de su pierna y con el dedo corazón comencé a acariciar su hinchado
clítoris mientras lamía lentamente sus labios. Ella gemía y presionaba su
cuerpo contra mi boca. Mi lengua quería dar más placer y empezó a conjugar los
lametones con las penetraciones. Ginger no aguantó más, gritó y se corrió en mi
cara y con mi lengua dentro de ella. Me encantó oírla gritar de placer.
Después de unos segundos para recuperarnos
Ginger agarró mi polla con decisión y en esa misma postura se la colocó en su
entrada y se deslizó hasta que no pudo entrar más, yo suspiraba pero ella no me
dio tregua y comenzó a subir y bajar ayudándose de los reposacabezas delanteros
a un ritmo de vértigo, me iba a correr y ella también, otra vez, porque su
vagina me apretaba la polla cada vez más haciéndome sentir un placer infinito y
llegó el momento, me agarré a sus caderas e incrementé el ritmo, embistiendo
una y otra vez, y una más hasta que Ginger gritó, gritó mi nombre y yo grité
con ella mientras vertía todo mi ser dentro de ella.
Me salí de ella. Ginger se puso a
horcajadas sobre mí, me besó el cuello y en la boca. Susurró algo en mi oído y
se echó a un lado.
Era el fin.
Después de vestirnos, salimos del coche a
tomar el aire y a fumar. Nos mirábamos y sonreíamos como dos tontos.
-Me
marcho-dijo ella
-Nos vemos- le dije a Ginger al despedirme
Ginger me miró directamente a los ojos. No
me contestó; pero me besó lenta y dulcemente. Me dijo adiós levantando la mano.
Se subió en su coche y no miró atrás.
Volví al club la noche siguiente con la
esperanza de volver a verla. Repetí mi patrón: observé a las chicas, paseando
la mirada una por una, buscándola a ella, Ginger; pero Ginger ya no estaba, me
dijeron que se había largado. En este momento sólo estábamos Grey Goose y yo,
como siempre era el único que no me fallaba.
Por eso no quería música en el coche la
noche anterior. Cada maldita vez que escuchara esa canción la tendría sobre mí.
Ahora me daba cuenta de que el equivocado era yo y no The Blow Monkeys. You don't own me, Don't try to
change me in any way. You don't own me, Don't tie me down 'cause I'd never stay.
Siempre la recordaría sobre mí, con su
pelo sobre mi cara, susurrando mi nombre como si nunca más hubiera querido nombrar a otro y diciéndome que había deseado
hacer esto desde que me sonrió, años atrás, en aquel sofá…