sábado, 24 de diciembre de 2011

Sola


Estaba sola en su habitación. Miraba su ordenador.

El día se acababa. Había cenado y hacía calor. Pantalones cortos, camiseta de tirantes y pelo negro recogido. Largo, revuelto y amarrado a una pinza. Sin sujetador, para estar más cómoda. Pies descalzos, manos ágiles con el teclado y un pequeño cenicero junto al ratón. Una botella pequeña de agua a medias y la cama revuelta.

Su primer intento de dormir había fracasado antes de empezar. En el segundo le vinieron imágenes del día que se agotaba. Desistió, y con la única luz de la pantalla, ojeaba sin encontrar nada en Internet. Tarde para encontrar amigos. Tarde para utilizar sonido y despertar al resto de la casa.

Las pupilas temblaban. El humo hacía efecto y se sintió excitada. Buscó algo que alentase esa repentina sensación. Una imagen, una escena, una conversación, una excusa.

Notó una presencia, detrás de ella. No hablaba pero le era familiar. Nada que temer. Y de la presencia llegó el roce, leve, frágil. Sentado detrás de ella se limitó a contemplarla. No veía su espalda, solo se le iluminaban los hombros levemente, por la imagen que proyectaba la pantalla. Sus piernas se rozaron y ella quedó paralizada. Después notó su aliento entre la nuca y el hombro y, como si de un resorte se tratara, su espalda se encorvó levemente hacia atrás, tratando de precipitar el contacto. Un dedo de su mano arrancó desde su tobillo, despacio, hasta su rodilla. Volvió a bajar. Volvió a subir y siguió por el muslo. Ella cerró los ojos e inclinó la cabeza.

Del muslo pasó por la cadera a su espalda, haciendo trazos, pintando un cuadro invisible. Ella se echó para atrás, quería notarle. Para cuando el dedo que hacía surcos por su piel subió a su hombro izquierdo, y retiró el tirante hasta el antebrazo, ella ya se sentía húmeda. Después notó sus labios en la nuca. No la besaba, los desplazaba suavemente, secos. Al dedo se le sumaron los demás, la mano entera, que bajó de nuevo a su muslo, para encontrar cobijo debajo de su pantalón corto. Ella separó las piernas  y echó la cabeza definitivamente hacia atrás. Se acomodó en su hombro.

La mano penetró por su pantalón y descubrió, por un lateral, su braguita. Encontró la señal inequívoca de su excitación. La otra mano subió desde su vientre, por debajo de su camiseta, hasta su pecho, y acarició uno de sus pezones de forma ingenua y suave. Para entonces ella se sentía completamente abrazada. No era dueña de la situación.

Cuando dos dedos rozaron lentamente su clítoris, ella ahogó un gemido y buscó con su mano un bulto duro detrás. Lo encontró y entonces los cuerpos se juntaron. A medida que los dedos se movían por su clítoris, y que la otra mano se balanceaba libremente entre su cuello, la rigidez de uno de sus pezones y la fantasía del otro, sintió el deseo de ser penetrada, pero el bulto duro, aun oculto en el pantalón, se incrustaba contra la parte de abajo de su espalda.

Una lengua húmeda le dibujó el contorno de sus labios, para perderse en su cuello, justo en el instante en que mientras dos dedos seguían acariciándole, un dedo de otra mano la penetraba por fin. Arqueó la espalda y, esta vez sí, gimió. Ella buscaba un beso húmedo pero los labios que la devoraban lentamente huían por su cuerpo.

Levantó las piernas, para facilitar la penetración de ese dedo, que se movía con cadencia dentro de ella. Su nivel de excitación subió cuando por fin encontró su boca. Aceleró sus besos, navegó su lengua, le mordió la barbilla, quiso agarrarle del pelo, pero cuanto más trataba de acercarse, más velocidad imprimía él al movimiento de sus dedos. Consiguió liberar el bulto del pantalón, y comenzó a masturbarle. Ella sentía que la faltaba poco, que era cuestión de segundos, que se iba a deshacer por dentro en el momento que él quisiera.  Y él ralentizó la marcha, metiendo al tiempo otro dedo más. Su otra mano buscaba la humedad de su excitación para lubricar su clítoris.  

De pronto, aceleró la marcha y los dedos la penetraban rápidamente, violentamente, ansiosos por encontrar su momento. Ella comenzó a masturbarle más rápidamente, hasta que notó como él arrojaba su semen por su espalda. No consiguió oírle gemir. Ella llevó su otra mano a su boca para tapar sus propios gemidos. Tras varios segundos, su vientre convulsionó y notó como empezaba a vaciarse, mientras cerraba fuerte los ojos y se mordía los labios. Un torrente de placer concentrado en cinco segundos, un deseo salvaje, una sensación de alivio absoluta. Sudor y felicidad.

El ordenador se apagó para ahorrar energía. Todo quedó a oscuras.

Seguía sola en su habitación.

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