sábado, 21 de enero de 2012


Tú.
Que me lees.
Que me escuchas en silencio.
Esperando algo.
Tal vez un rayo de luz.
En esta noche enrarecida
Por la ceniza de otro sueño huidizo.

Aparta tus manos del teclado
Pásalas por tu cara,
Reconócete,
Encuéntrate,
Mímate,
Quiérete.

Recorre tu cuerpo con ellas
Tú sabes cómo, tú sabes por dónde
Porque tienes sed,
Porque tu cuerpo arde

Sonríe un segundo.
Así.
Bella,
Tierna
Gata.

Usa tu imaginación.
Recuerda nuestros días
El calor, la risa,
La oscuridad y el deseo.
Dibuja esa mirada cuando te agotas
Cuando te vacías
Sintiéndote plena.

Ahora que no me ves
Que no sabes cómo soy
Que tal vez nunca nos encontremos
Es momento de decirte
Que esa mano que te acaricia
Es la mía.
Siempre fue la mía.

ESTE RELATO PUEDES ESCUCHARLO AQUÍ: http://poguemahonex.wordpress.com/2012/02/02/tu/

lunes, 16 de enero de 2012

La peregrina


La chica de al lado me golpeó levemente en el hombro. Era hora de despertarse. El tren llegaba a su destino. Había llegado el momento de comenzar a andar. Lluvia fina a las seis de la mañana. Una linterna frontal, una capa de lluvia y un agujero en el estómago. Quise desayunar antes de salir y entré en un bar abierto a esas horas para locos aventureros como nosotros. Pedí un café a la camarera, con una tostada, y me aseé un poco en el baño. Allí le vi por primera vez, despeinado, charlando con sus compañeros de viaje. No me pareció ni guapo ni feo. Tenía exactamente eso que me atrae siempre pero que nunca sé cómo explicar. La sonrisa oculta o las manos, sus imperfecciones ingenuas o su mirada difícil de descifrar. No lo sé.

Recorrí la distancia de aquella jornada sola, charlando con unos y con otros. Conversaciones entretenidas, que humanizaban un camino duro, con viento, con lluvia, aun sin dolores localizados. Cuando llegué al albergue y me alojé en la litera de aquella habitación, decidí acostarme un rato. Después salí a cenar algo rápido, porque a las diez apagaban las luces.

Todos apuraban los últimos minutos en la habitación para colocar sus cosas antes de quedarse a oscuras. Yo ya lo había hecho antes. Entonces le vi, en la última litera de abajo, pegada a la pared. Estaba cogiendo su tabaco. Después salió de la habitación. Decidí hacer lo mismo.

Sobre las calles de aquel pueblecito caía una manta de lluvia. En la puerta del albergue, el desnivel del tejado hacía caer chorros de agua, como en una auténtica ducha, por los laterales. Él estaba hablando con otro chico. Me senté a su lado y traté de encenderme un cigarro. Me sentí boba, cuando me di cuenta de que mi mechero no era capaz de encender porque se quedaba sin gas. Alargó su mano y me ofreció fuego. "Gracias", respondí. Me uní a la conversación, sin explicar porque decidí realizar aquel viaje sola.

Aunque las nubes retenían el descenso de temperaturas, iba poco abrigada. Pantalón pirata y una camiseta juvenil, ajustada. Enseguida me subí a la habitación.

O todos dormían o simplemente se habían desmayado todos en sus camas. A oscuras, escuché el ruido de sus zapatos caminando hacia su litera. Colocó su teléfono móvil en un lateral, con la pantalla encendida y se quitó el pantalón. Me encantó esa imagen. Y yo, que algunas veces me siento guapa, y otras fea,  supuse que si hacía lo mismo tal vez él me mirase también. Tenía ganas de provocarle un poco y  esta vez me atreví. Cogí mi linterna, me la puse en la boca, me desnudé de cintura para abajo y me unté de una loción antiinflamatoria. Jugué a masajear mis muslos, mis rodillas, mis pies. Esas piernas, las mismas, a las que solía sacar continuos defectos cuando me juzgaba duramente, o cuando tenía la autoestima agazapada, eran en aquel momento las piernas de una diosa, pero solo si él las estaba mirando.

Me excité cuando me di cuenta de que él, delatado por la luz de la pantalla de su teléfono, me miraba, analizaba mis movimientos, procurando que no le viera.

Terminé de recoger la mochila e inicié el camino antes de que amaneciera. Él seguía durmiendo. Recorrí los primeros kilómetros a buen ritmo, y la segunda parte más lentamente. A medida que iba bajando el ritmo de mis pasos, varios grupos de personas me adelantaban. Él, con su grupo, no. A mi llegada al albergue municipal del pueblo de destino, mis pies y mis rodillas comenzaban a irritarse, a resentirse progresivamente. Estallaron algunas ampollas. Comencé a curarlas cuando se abrió la puerta y entró él con su gente. Intercambiamos algunas palabras, cogió su aseo para ducharse y sonó su teléfono móvil. Los baños eran mixtos y eso era muy excitante. Quedaba una ducha libre, así que intenté que fuera mía, aprovechando que él se había entretenido en la conversación.

Que el agua salía muy caliente no me vino mal para relajar mis piernas. Aclaraba mi pelo cuando noté una presencia a mi espalda. No quise darme la vuelta. No quise mirar. Pensé que era él y me excité. Como si un chorro de agua helada saliera de repende del grifo ardiendo, me quede paralizada.
No pasaron más de cinco o diez segundos, con aquella presencia en mi espalda. De la ducha de al lado otra persona salió y dejé de notar, bruscamente, esa presencia. Tuve la tentación de tocarme, pero
todavía no era el momento. Terminé de aclarar mi pelo y salí del agua. Quien me había visto estaba en la ducha de al lado. Y al pasar, evidentemente, era él. Me alegré, me dio morbo, me sentí como una payasita tímida, observada, y a la vez como una leona, como una salvaje, dispuesta a todo. Y me quedé un
ratito mirando cómo trataba de disimular, de manera torpe, su polla dura rozando con la pared. Pensé que él se estaría masturbando, y aquello me humedeció, me tensó, me puso muy cachonda. Quizás en su oscura imaginación me estaba follando. Lo cierto es que yo lo estaba deseando.

Cuando llegó la noche, no pude verle. Yo estaba abajo y él arriba, en otro lado. No había forma. Ni una posibilidad de seguir ese juego que empezaba a condicionar mi viaje. Caí rendida.

Por la mañana, volví a ser más madrugadora. Como tenía dolores, quise avanzar mucho, lo más posible, para evitar quedar extenuada a medida que avanzara la etapa. Qué ilusa. Paré a descansar. Al enfriarme, sobrevinieron los dolores, cada vez más fuertes. Apareció y me saludó. No encontré fuerzas para
contestar. Solo supe entresacar una sonrisa tímida. Él paró y siguió, y yo seguía allí plantada.Andar se convirtió el resto del día en una auténtica pesadilla. Cuesta arriba, mi mochila me tumbaba como un
resorte. Cuesta abajo, me aplastaba, me hundía. Sufrí mucho. Tuve dudas e incluso pensé en abandonar.  O aparecía pronto el albergue o aquello dolor restaba sentido a la aventura.

Locura, ansia, afán de superación, morbo, todo a la vez. Tardé muchísimas horas en llegar al destino. Tanto, que todos habían dormido sus siestas y estaban paseando por el pueblo. No tuve fuerzas nada más que para darme
una ducha rápida, escalar hasta la litera superior, curarme y dormir hasta que anocheció. El resto se estaba preparando para dormir cuando yo me sentía mejor, los dolores habian remitido. Entonces, sucedió.No podía creerlo. Junto a mi litera había otra, pegada. Mi compañero de al lado podía ser mi marido y yo su otra mujer. Era chico, estaban sus cosas. Y aunque no estaba, era él.

Estaba contenta, alegre, cachonda, todo a la vez. Recobré mis fuerzas y bajé a cenar. Pensé en imágenes sugerentes, sexuales, directamente guarras que me gustaría que sucedieran aquella noche. Pensé en seguir mirándole, pensé en cómo hacer para excitarle de nuevo, en cómo lograr traspasar esa raya que me forzaba a ignorar dolores y seguir adelante.

Todos estaban acostados. Llegué tarde al albergue, fume un cigarro, cogí mis cosas de aseo sin ni siquiera intentar escalar hasta la litera donde ya estaba él, sin pantalones, dentro de su saco, y fui al baño a asearme.
Procuré hacer poco ruido al salir. Había quien roncaba. Subí torpemente las escaleras hasta la litera y en la oscuridad me acerqué a él, consciente, más de lo habitual, haciéndole ver que sabía quién era, y que estaba tumbado allí, aunque no le hubiera visto en todo el día. Le susurré un 
"buenas noches" y me puse sobre mi saco.

No había opción. No podía verme. Pero sí escucharme. Así que me quite los pantalones, a apenas medio metro de él. Yo sentía un morbo horroroso. No solo por estar junto a él, sino por imaginar lo que estaba sintiendo. Comencé, despacio, a untarme de crema anti-inflamatoria de nuevo, me masajeé las piernas lentamente. Sabía que el ruedo de mis manos, de la tela sobre la que estaba puesta, de mi propia respiración, le llegarían. Primero mis muslos, que eran de nuevo los de una diosa que se poseía a sí misma. Después bajé a mis tobillos y, definitivamente, mis pies. Cuando terminé y guardé el bote de crema, me introduje en el saco de dormir, mirando boca arriba. Deslicé una mano entre mis piernas, y comencé a acariciarme el clítoris. Para entonces, ya estaba húmeda. Al poco, no pude reprimir cómo mi respiración se agravaba, no pude esconder un leve gemido que yo quería que él escuchara, pero nadie más. Él estaba a mi lado y eso me volvía loca. Me acaricié despacio y vinieron mil imágenes a mi cabeza. Pensaba en él, masturbándose, a mi lado, reprimiendo tal vez la velocidad de sus movimientos; pensé en él, mirándome en la ducha, en cómo se empalmaba, en que yo me daba la vuelta y empezaba a comerle la polla; pensé en su imagen masturbándose en el baño; pensé en todas las escenas que habíamos compartido en tan poco tiempo sin que ocurriera realmente nada.

Mi placer se incrementaba. Mis pezones, endurecidos, me daban placer únicamente con el roce de la camiseta. Arqueé las piernas y quise penetrarme con mis dedos. Cuando lo hice, tuve que morderme los labios para que no se me escuchara en toda la habitación. Pensé en que él se acercaba se metía de alguna manera por debajo de mi saco, y comenzaba a comérmelo, a lamerme el clítoris, a jugar con sus dedos, a devorarme mientras yo le agarraba fuerte del pelo, empujándolo hacia mí. Después imaginé tenerle dentro, moviéndose fuerte, notando su pecho contra el mío, lamiéndome el cuello. Cerré los ojos, y me corrí. Esa lengua, ese pecho, esa polla, estaban muy cerca de mí, tal vez deseando lo mismo que yo, pero eran inalcanzables.

Respiré hondo y, aun sintiendo los últimos espasmos de placer, me puse de medio lado mirando hacia él, como él estaría haciendo hacia mí, pero sin vernos. Después, él bajó de su litera y fue al baño. Tardó poco. Se debió de correr enseguida. Después, con la cabeza recostada hacia él, me quedé dormida.

Desperté pronto. Salí casi la primera de aquella habitación. Me esperaba la etapa más larga, la más dolorosa seguramente, a pesar de que había recuperado fuerzas la tarde anterior. Comencé a buen ritmo, alegre, contenta. Fui cauta en las bajadas para no presionar más de la cuenta mis rodillas, y traté de hacer paradas más cortas. Sobre las 9 de la mañana, me adelantó de nuevo, como en días anteriores.

¿Cómo vas? - Me dijo.   
Hoy no sé si llego. Me costó dormir, ¿Sabes?- dije maliciosa.

Se quedó mudo. No esperaba mi respuesta. Estaba junto con sus compañeros, y tardó en reaccionar. Sin embargo, su ritmo era mayor, así que progresivamente iba sacándome distancia. No se podía cambiar el ritmo a esas alturas.

¿Necesitas algo? - dijo al fin.

Yo sonreí, y después, negué con la cabeza. Necesitaba muchas cosas en aquel momento, pero de él esperaba evidentemente otras.

La segunda parte del trayecto volvió a ser una tortura. Cada vez andaba más lenta, y cada paso parecía que era sobre cristales. Igual salía el sol que se ponía a llover. Pasé del calor al frío en minutos. No encontraba modo de acabar con aquella etapa. Cuando me restaban 3 o 4 kilómetros para llegar al objetivo, el terreno se volvió llano. Cruce un pequeño puente sobre un río. A la derecha quedaba un albergue y, después, un restaurante. Al pasar por la puerta de éste, volví a verle, duchado ya, y acabando de comer. Aquello fue para mí una tabla de salvación. Volví unos metros atrás, y probar a ver si aun quedaban camas disponibles. Encontrarle de nuevo y no tener que concluir aquella etapa me alegró el día, me elevó de la desesperación que en la que iba cayendo kilómetro a kilómetro. No compartíamos la misma habitación esta vez. Las camas se asignan por orden de llegada, y yo me había retrasado demasiado. Me duché a duras penas, me curé y fui al restaurante. Él ya no estaba. Ya no quedaba nadie. Todos dormían la siesta. Quien no lo hacía, lavaba su ropa o paseaba junto al río.

Comí sola. Poco a poco iba recobrando la normalidad y en mi cabeza solo manaba la idea de encontrarle, de buscar una justificación para mantenerotra conversación, para seguir con nuestro juego. Lo encontraría antes de lo que pensaba. Después de pagar, volví al albergue y le vi sentado en unas escaleras de cemento por las que se bajaba directamente al río. Demasiado frío para bañarse. Tomaba una cerveza. Llevaba unas chanclas, unos pantalones cómodos, largos, y una camiseta de manga larga fina. Había comenzado a llover y salvo él, todos los demás se habían retirado a las habitaciones. Un bonito escenario y una oportunidad surgida de la nada, que no pensaba dejar pasar. Me puse el disfraz de leona, de nuevo y me senté a su lado.

¿No duermes? - Dije.

Ya me eché un rato. Llegamos pronto. ¿Y tú? Ya veo que te has curado -Respondí.

No tengo sueño, además, si me duermo ahora, luego me costará más.

Nos quedamos callados por un momento. Hablábamos con familiaridad. Nos deseábamos y era muy divertido. 


Es verdad, no me acordaba. Antes dijiste que te había costado dormir anoche, ¿no? -Me dijo.

Sonreí y me fije en los rasgos de su cara. Era el momento de contraatacar su comentario.
 
-A veces uno no se duerme porque no puede, porque tiene cosas en la cabeza, no sé. Otras, uno no duerme 
porque no quiere dormir, porque quiere entretenerse un rato antes de hacerlo, ¿sabes?. ¿A ti no te pasa? -Le dije.

- No sé, supongo que sí.

- ¿Y tú?. ¿A tí te costó dormir?

Le delató su sonrisa, pero no respondió. Me decidí a poner las cartas sobre la mesa. 


¿Qué tiene de morboso mirar cómo me doy una crema anti-inflamatoria en las piernas? Yo no miraría a un chico haciendo lo mismo, no me parece especialmente excitante. Quizás lo de mirarme cuando me ducho puede serlo, yo lo hice contigo después. Disimulabas mal pegado a la pared en la ducha.

Me mostró su sonrisa. Se le iluminaba la cara en cada carcajada. Me respondió:

Bueno, a mí sí me parece morboso mirar cómo te dabas crema en las piernas. Lo de la ducha fue sin querer, no miré más de dos o tres segundos.

- ¿Y anoche, cuando me estaba masturbando a tu lado y no me podías ver? ¿Qué pensaste? Porque yo pensé: si a este chico le gusta tanto mirar, ¿Qué pasaría si se queda a oscuras y se lo pierde?

Eres un poco mala, me parece -Me dijo.

¿Por qué no viniste conmigo? 

- Porque no estaba seguro de que quisieras que fuera.

Apagué mi cigarro, sin prisa, esparciendo el tabaco y guardando el contaminante filtro en el bolsillo de mi pantalón. Me sentía dueña de la situación y quise comprobar si verdaderamente él estaba tan dispuesto como yo a satisfacer nuestros deseos.

Mira, en este albergue los baños están en ese edificio, lejos de las habitaciones. ¿Lo sabes, no?. Yo me voy a ir para allá, porque tengo que hacer una cosita. Si quieres, puedes venir a mirarme.
 
Sonreí. Me levanté y fui andando hacia los baños. Cuando noté que él se levantaba y me seguía, me entró un escalofrío por dentro, que me recorrió todo el cuerpo. De nuevo la excitación. No había pensado dónde entrar, pero me dejé llevar por el morbo. ¿dónde te gustaría? me dije. Pues en el baño de los chicos, y allí entré sin encontrar a nadie. Perfecto. Elegí el último baño al azar, abrí la puerta y la dejé entreabierta. Él estaba cerca, entró y la cerró. Por fin nuestro momento. Sin linternas, sin oscuridad. Cara a cara en aquel habitáculo estrecho. 

Quería excitarle. Llevarle al límite, así que metí mi mano por debajo del pantalón y con un dedo comencé a acariciarme como la noche anterior.

-   
¿Te gusta lo que ves? - Le dije.

Mucho -respondió.

Entonces cogí su mano y puse la mía encima de la suya, con la palma hacia mi cuerpo. La dirigí dentro de mi pantalón y, apoyando mi pierna encima del water, llevé sus dedos hacia mi clítoris, dirigiendo los movimientos, sintiendo su placer por fin. Le notaba empalmado. Después, Bajé sus dedos hacia abajo para que notara mi excitación, para que viera lo húmeda que estaba, para que mojara sus dedos y volviera a dirigirlos sobre mi clítoris. No podía reprimir leves gemidos, mis pezones estaban duros como una roca y sensibles al roce de mi camiseta. Quería disfrutar de ese momento, pero al tiempo quería hacerlo todo de golpe. Me sentía impaciente por tenerle dentro, por follármelo de una vez. Saqué mi mano del pantalón y él siguió masturbándome. Le toqué la polla, dura, por fuera del pantalón, de arriba abajo. Notaba su aliento cerca. Mientras, él bajó mis dedos y me penetró con ellos por primera vez. El placer me invadió entera, me llegó hasta la boca, y no pude evitar gemir en voz alta. Eso debió de excitarle aún más. Busqué su boca. La encontré y la descubrí con mi lengua, buscando desesperadamente la suya. Nuestros cuerpos se juntaron por fin. Le acaricié fuerte la espalda, deseando soltar la excitación que sentía, mientras que con la otra mano liberaba su polla. Por fin podía notar su piel. Él seguía penetrándome con sus dedos, y agarrándome fuerte del pelo, empujándome hacia él.


Bajó su otra mano y mientras me penetraba, al tiempo acariciaba mi clítoris. Hice lo mismo y mientras le masturbaba, masajeaba sus piernas y sus huevos. Me levantó la camiseta y comenzó a comerme las tetas, a lamerme desesperadamente. El placer que sentía era enorme, y enseguida noté pequeños espasmos, previos a alcanzar el orgasmo. Noté su boca en mi cuello, en mi barbilla, en mis hombros, en mi boca, en mis tetas, mientras sus dedos me penetraban cada vez con más fuerza. Perdí la concentración, no conseguía masturbarle bien, iba a correrme, abrí mis piernas todo lo que pude y me corrí como si no lo hubiera hecho nunca, como si fuera la primera vez.

 Aquel orgasmo no relajó el morbo que sentía. Me senté y sin perder un momento dirigí mi boca hacia su polla. Quería comérmela entera. Quería devolverle el placer que me había dado. Me la metí en la boca despacio y después comencé a mamársela con rapidez, deseando notar su explosión de placer. Le miré mientras lo hacía. Cerraba los ojos y volvía a abrirlos. No quería perderse nada. Arqueaba la cabeza hacia atrás y sus piernas se flexionaban por el placer. Le quedaba poco. Dejé que me quitara la camiseta. Quería correrse en mis tetas. Cuando noté que impulsaba su polla con fuerza hacia mí, saqué mi boca, rocé su polla contra mis pezones y seguí masturbándole rápidamente.Me agarraba fuerte del pelo y, finalmente, se corrió cuatro veces entre mis tetas y mi cuello.  

Yo seguía muy excitada. Él se sentó en el water y me atrajo hacia él. Quería follarme y yo estaba deseando que me follara. La primera penetración, lenta, fue un capricho de los dioses. Mi cuerpo era una estufa, entre el calor y la humedad. Volví a bajar lentamente otra vez para notarla entera dentro de mí. Poco a poco fui acelerando la cadencia de la penetración. Mandaba yo, pero mi poder era falso. Él, agarrándome por el culo, me deslizaba hacia dentro y hacia fuera, mientras se comía mis tetas. Cuando arqueaba más mis piernas o separaba los mofletes de mi culo, conseguía que le notara mucho más, y el placer que sentía ganaba en intensidad. Yo olvidé donde estaba y gemía abiertamente. Quería un final salvaje, quería sentirme follada con fuerza, y le dije:

- Cógeme, me queda poco.

Al cambiar de postura, alguien entró a la zona de baños. Escuché la puerta de uno de los wáteres de al lado. Más morbo. No pensaba poner fin a aquella situación. Si quería mirar quien fuera, que lo hiciera, pero yo quería que me follara contra la pared. Me cogió en vilo, entrelacé mis piernas contra su cintura y traté de facilitar que su polla entrara de nuevo dentro de mí. Y lo hizo violentamente. Ambos gemíamos. Era una carrera de penetraciones hasta la extenuación, hasta corrernos de placer. Quería morderle, agarrarle con fuerza, empujarle hacia mí, todo a la vez, y muerta entre la excitación y el morbo, me corrí intensamente mientras él acababa por golpear con sus caderas mi cuerpo, haciendo lo mismo. 

Permanecimos unos instantes en silencio, recuperando el aliento. Después le dije:

-
¿No te parece que esto es mejor que mirar?

Me sonrió.

A las 10 apagaron las luces. Unos roncaban. Todos, o casi todos, dormían. Había sido una etapa larga.

viernes, 13 de enero de 2012

UNA NOCHE CUALQUIERA de @kvhote



 Era jueves por la tarde, llovía de tal manera que quedarse en casa era el mejor plan y así lo hizo ella. Disfrutaba de un poco de música y de un buen libro recostada en su cama levantando la cabeza para observar cómo explotaban las gotas de agua contra su ventana. "Así es imposible hacer nada" pensaba justo en el momento en el que sonó su teléfono móvil. Tras cogerlo de encima de la mesita de noche y comprobar que era un mensaje de ÉL, su memoria comenzó a hacer desfilar ante sus ojos las caricias de su último encuentro. La piel se le estremecía igual que aquella última noche, cuando después de alcanzar un orgasmo que la hizo morderse el labio para no gritar, ÉL se dedicó a acariciar cada centímetro de su piel mientras lamía su cuello y le repetía aquella frase que hacía que sus bragas se humedecieran: "Me encanta hacer que te corras así". Antes de darse cuenta, notó cómo sus pezones empezaban a rozar la camiseta y vio su mano acariciando uno de sus muslos mientras le parecía sentir su aliento en la nuca antes de correrse en su interior mientras agarraba sus pechos con firmeza y la atraía hacia él.

Apartó aquellas escenas de sexo salvaje y leyó el mensaje que acababa de recibir.
"Buenas tardes niña, es una pena que el tiempo no nos permita quedar hoy, tengo ganas de jugar. Por cierto, te he enviado un paquete, pero no puedes abrirlo hasta mañana a la noche. No seas mala y no lo abras.nos vemos"
El mensaje era un poco extraño, ¿Qué le habría enviado? ¿Por qué no podía abrirlo hasta mañana a la noche? Empezó a escribir la contestación cuando sonó el timbre. El repartidor le entregó el paquete que mencionaba el mensaje junto con una nota en la que ponía "No abrir hasta mañana"
"Ahora mismo acaba de llegar tu paquete, pero no sé si voy a aguantar hasta mañana. Lo intentare jaja. Por cierto, acuérdate de que mañana he quedado con mis amigas para salir a tomar algo, espero recibir una llamada tuya para quedar y..."

Pulsó la tecla de envío y dejó el paquete encima de la mesa de su habitación para retomar su lectura, pero le era imposible dejar de mirar, aunque fuera de reojo, aquél misterioso paquete, así que fue a la cocina para prepararse algo de cenar. Después de comer y recoger el plato volvió a su habitación y cogió la pequeña caja entre sus manos para intentar averiguar de qué se trataba, pero en ese mismo instante su móvil volvió a sonar.

"No seas impaciente, seguro que la espera merece la pena, créeme. Todavía no tengo planes para mañana, ya te diré algo. Que sueñes cosas bonitas"

“Parece que me vigila” se dijo a sí misma antes de devolver el paquete a su lugar y dejarse caer en la cama. Había encendido la televisión pero no podía dejar de pensar en EL. En su media melena negra, en esos ojos que la miraban llenos de lujuria mientras se dedicaba a llenar de su saliva cada rincón de su entrepierna...esas grandes manos que agarraban sus nalgas mientras bajaba suavemente su cuerpo haciendo que su miembro resbalase lentamente por su interior hasta que las piernas de ambos ejercían de tope y ella arqueaba su espalda hacia atrás sin que ÉL soltara su culo. Y con este último recuerdo la introdujo en un placentero sueño que provocó que al día siguiente sus sabanas amanecieran mojadas.

La mañana se le había pasado entre compras y las labores del hogar así que la primera mitad de la tarde la pasó durmiendo ya que el sueño de la noche anterior la había dejado igual de agotada que si aquello que había sucedido en sus sueños hubiera pasado en verdad. Cuando se despertó y se fue a levantar de la cama notó como sus piernas temblaban y revivió como ÉL la había elevado hasta ponerla a horcajadas encima suyo y, tras envestirla por primera vez, había aprovechado que ella cerró su abrazo con las piernas alrededor de su cintura y los brazos en el cuello para levantarse y dedicarse a hacerla saltar encima suyo mientras la agarraba fuertemente del culo.

Cuando se despertó y miro el despertador que tenía al lado de la cabecera pegó un salto. Se había quedado dormida y apenas tenía tiempo de arreglarse antes de salir corriendo hacia el restaurante en el que iban a cenar sus amigas y ella. Pasó por delante del paquete sin reparar en él de camino al baño. Solo se acordó de él al verlo reflejado en el espejo mientras intentaba domar su pelo alborotado. Dejó el cepillo sobre la encimera del lavabo y fue a por la pequeña caja movida por las ganas de saber qué contenía en su interior. Desenvolvió el embalaje con cuidado y lo que encontró dentro le sorprendió y excitó a partes iguales. Sacó las bolas chinas de la caja y se quedó mirándolas mientras la frase que él solía repetirle asomaba de nuevo a su memoria, ("Me encanta hacer que te corras así)". Todo su cuerpo se estremeció y notó como la boca se le secaba pensando en los juegos que El tendría preparados para ella y su nuevo juguete.

Se dio media vuelta y buscó su móvil hasta encontrarlo encima de la almohada, pero cuando se acerco para cogerlo y enviarle un mensaje, vio que una vez más se le había adelantado. De nuevo otro escalofrío desde los tobillos hasta la nuca. Esa sensación de que era El, el que llevaba el control de sus encuentros sexuales la excitaba sobremanera, la mera idea de pensar en todo lo que podría tener preparado para ella, como la vez en que le abrió la puerta y según entró la besó apasionadamente hasta casi dejarla sin aliento. Para cuando quiso darse cuenta su espalda estaba contra la pared y aprovecho ese momento de relajación para deslizar un antifaz hasta sus ojos impidiéndole que viese cualquier cosa de lo que a continuación sucedería. Tan solo le quedó tumbarse en la cama y esperar un lametón por la pierna, una caricia por la parte interna de sus muslos, un dedo apartando el tanga para dejar el camino libre...

No sabía cómo pero su mano había hecho descender las bolas chinas y ahora notaba su suave tacto contra la piel de sus ingles. Abrió el mensaje "Me imagino que ya habrás abierto tu regalo, espero que te guste. Me gustaría que te las pusieras esta noche para salir y probarlas. Espero que disfrutes"

Estaba sonriendo, El tenía la curiosa habilidad de ponerla a cien tan solo con un mensaje. Y su imaginación empezó a volar. Volvió al baño con su regalo en la mano ligeramente mojado por su excitación. Encima del radiador encontró la ropa que había elegido para salir aquella noche y volvió a sentir que se le erizaba el bello de todo el cuerpo. Dejó que la toalla cayera al suelo y observó sus pezones en el espejo. Estaban duros e increíblemente sensibles, el ligero roce de un mechón de su cabello la hizo morderse el labio. Sin proponérselo la mano que sostenía las bolas chinas estaba entre sus piernas, notaba el calor de su deseo en la yema de los dedos, y no le costó trabajo introducirlas en su entrepierna ya húmeda por completo. Un primer golpe de placer hizo que sus piernas se cerraran por sí solas, lo que empujó el juguete aun más adentro y consiguió sacarle un leve suspiro. Sus manos se aferraron al lavabo y vio en su reflejo como el rubor asomaba a sus mejillas.

Cogió los leggins imitación piel y comenzó a ponérselos aguantando el calor que subía desde sus muslos cada vez que apretaba sus piernas al agacharse. Sus manos se entretuvieron acariciando sus tobillos, recorriendo las piernas mientras la tela se ajustaba a ellas y el calor cesó un instante al separar las piernas para terminar de subirlos, haciendo que se pegaran a sus ingles y a su sexo, manteniendo bien adentro las bolas chinas. Terminó de vestirse y volvió a la habitación, gozando con cada paso, para ponerse los zapatos, pero al sentarse en la silla no pudo evitar que de su boca brotara un pequeño grito al sentir las bolas chinas apretarse contra las paredes de su sexo.

Apoyó las manos en el asiento para elevar su culo hasta que los brazos comenzaron a temblarle. Volvió a sentarse lentamente, su respiración se aceleraba, su vientre se contraía y comenzó a jadear superficialmente. Se acomodó ligeramente moviendo el culo adelante y atrás y se calzó para incorporarse rápidamente, pero al hacerlo sus glúteos se contrajeron, las piernas le fallaron y cayó sentada sobre la silla corriéndose sin pretenderlo, clavando las uñas en la silla y apretando el culo contra el asiento para prolongar el placer que inundaba su cuerpo y le cortaba la respiración.

Se había recompuesto como había podido y se dirigía apresuradamente al restaurante donde sus amigas llevaban diez minutos esperándola. Su primer mensaje había sido el habitual entre ellas: "Tarde para variar ¿no?", pero el paso al que caminaba hacia que las bolas chinas se frotasen en su interior y eso volvía a ponerla a cien.

Su móvil vibró en el bolso y lo sacó mientras repetía "ya va, ya va", pero no era ninguna de sus amigas.
-           "¿Si? ¿Quién es?"
-           "El lobo jaja, ¿estás con tus amigas ya?"
-           "No, llego tarde por tu culpa, tu regalito..."
-           "¿Mi regalito? Encima de que uno tiene detalles con su chica... ¿qué ha pasado?"
-           "¿Que va a pasar? me he corrido mientras me ponía los zapatos, justo antes de salir de casa"
-           "¿De verdad? mmm... qué bien suena eso, ¿y no te gustó?"
-           "Claro que me gustó"
- se dio cuenta de que la gente la miraba de forma extraña, al parecer no entendían por que aquella chica que parecía llevar tanta prisa hablaba entre susurros por el móvil.
-           "Oye llego tarde, ¿nos vemos esta noche?"
-           "Puede que si, además tengo una sorpresa para ti"


“¿Otra sorpresa?” pensó para sí misma después de despedirse y atravesar la puerta del restaurante en el que iba a cenar.

La cena transcurrió tranquila, aunque tuvo que ir en varias ocasiones al servicio para refrescarse. Cada cruce de piernas, cada roce de sus muslos devolvían a su cabeza el orgasmo alcanzado en su casa y elevaban la temperatura de su cuerpo. Sus amigas charlaban de sus trabajos y de sus últimas aventuras mientras ella pensaba en la siguiente sorpresa que le tenían preparada para esa noche. A pesar de que su cabeza especulaba con distintas posibilidades era consciente de que seguramente no acertaría con ninguna así que decidió olvidarlo y disfrutar de la conversación que ocupaba a sus amigas.

Al terminar la cena, y tras pagar en la barra, salieron del restaurante camino del casco antiguo de la ciudad, una zona donde se encontraban la mayoría de bares a los que tenían la costumbre de ir cuando salían todas juntas. Al salir del restaurante volvió a notar su regalo, olvidado en la última parte de la cena, moviéndose en su interior y sonrió mientras pensaba en cuantas de sus amigas abrían hecho algo así. Una de sus amigas se acercó por detrás sin que ella se diera cuenta y salto sobre su espalda. A ella se le escapó un pequeño grito de gusto al apretarse las bolas contra sus muslos, lo que hizo que su compañera se bajara igual que había subido y se quedara extrañada al tiempo que la miraba de arriba a abajo.

-           "¿Te he hecho daño?" -Le preguntó su amiga.
-           "No tranquila, ha sido el susto"

Su amiga pareció quedarse satisfecha con la explicación por lo que continuaron su camino. Pero ella volvía a estar ardiendo y no paraba de fantasear con El. Pensó en el olor de su cuello mientras lo besaba, en el tacto de su pantalón a través de su vestido cuando se arrimaba a EL de espaldas moviendo su culo en círculos... Y el trayecto hasta el primer bar se le pasó entre mordiscos en el labio y caricias en su sexo duro y excitado.

Pidieron en la barra y alegando que la última botella de vino de la cena estaba a punto de salir se fue al baño para echarse un poco de agua por el cuello e intentar sofocar aquél calor que la llevaba acompañando durante toda la velada. Después de refrescarse su mano derecha colocó el llamador de ángeles que su abuela le había regalado entre sus pechos y le sorprendió comprobar cómo estos reaccionaban al suave paso de sus dedos. Antes de que pudiera darse cuenta su otra mano bajó hasta la goma de sus leggins y desde allí su dedo corazón descendió lentamente hasta tropezarse con la humedad que empapaba su entrepierna. Cuando parecía que empezaba a conseguir contener las ganas de cerrar una les las puertas de los urinarios tras ella y dedicarse a terminar lo que las bolas chinas empezaran en su casa antes de salir, una punzada de un placer tan bestia como no lo había sentido nunca antes clavó sus dedos a la blanca encimera del lavabo y la hizo doblarse hacia delante mientras se concentraba para no gritar. Las bolas chinas habían comenzado a vibrar en su vagina y no paraban de moverse la una alrededor de la otra.

"Pero cómo puede ser...", pero la vibración aumentó ligeramente ahogando sus pensamientos en el deseo. Al parecer lo que ella juzgó como unas simples bolas chinas eran también un vibrador con mando a distancia. "Así que esta es tu segunda sorpresa..." Pensó mientras caía en la cuenta de que EL debía estar en el bar para poder accionar el mando.

Salió del baño aún agitada debido a que el consolador se movía todavía más al caminar  ahora que vibraba y recorrió aquella parte del bar con la mirada en su busca. No lo encontró, por lo que regresó junto a sus amigas echando un vistazo por encima del hombro cada pocos pasos. La intensidad subió un punto más mientras apuraban el primer cubata y todas revoloteaban al son de la música mientras ella intentaba pasar desapercibida moviéndose lo justo para mantener a raya su calor corporal y comprobar cada cierto tiempo que EL seguía sin aparecer.

Una de sus amigas se acercó a ella acompañada del cambio de canción para arrimarse lentamente y comenzar a acariciarse contra su espalda.

-           "¿Qué haces loca?" -Preguntó nerviosa porque notara las vibraciones que la estaban poniendo a mil.
-           "¡¡Tranquila!!Solo quería bailar contigo por que le tengo echado el ojo a ese moreno de la barra, no para de mirar hacia aquí" -Le contestó ella mientras la giraba de la cintura para que viera de quien hablaba.

Su amiga tenia buen ojo, sin duda, pero una nueva subida de la potencia del vibrador acompañada de un cambio de compás en la regularidad la hizo olvidarse rápidamente de aquel moreno de ojos oscuros al que su amiga quería atraer y girarse para buscar a su amante de nuevo. Sin duda estaba por allí cerca, y parecía que el hecho de verla bailar con su amiga lo había motivado a procurarle más placer... Así que decidió seguirle el juego a su amiga para ayudarla a conseguir su presa, tal vez de esa manera la suya saliera a la luz.

Deslizó sus manos por el ceñido vestido negro de su amiga y la hizo girar suavemente hasta dejarla de espaldas a la barra. Sus brazos se enroscaron del todo a la cintura de su amiga y aprovechó el ritmo lento de la canción para pegarse a ella y así moverse las dos al mismo son, deslizándose lenta y sensualmente hacia uno y otro lado. Su amiga acarició con las manos sus brazos y los separó hasta colocarlos sobre las caderas para inclinarse después ligeramente hacia delante y ponerse a contonear el culo mientras miraba por encima del hombro hacia la barra con sonrisa picarona.

Pero el vibrador seguía haciendo de las suyas, cada roce del culo de su amiga hacia que las bolas chinas se agitaran y la obligaran a morderse el labio para no jadear, y en dos segundos planeó cómo deshacerse de su amiga y ayudarla al mismo tiempo: volvió a agarrarla de la cintura, esta vez más fuerte, e hizo que las dos giraran rápidamente hasta soltarla delante del moreno que la recogió de una mano y se puso a bailar con ella.

A raíz de la vuelta tan rápida ella también se tambaleó durante unos segundos, y cuando estiró uno de los brazos para intentar recuperar el equilibrio una mano la agarró y tiró de ella hacia un rincón de la pista de baile.

El desconcierto inicial, mezclado con el placer proporcionado por el vibrador, dio paso a un intercambio de miradas de excitación entre ÉL y ella. Por fin había salido de las sombras, por fin la sujetaba entre sus fuertes brazos, por fin podía dejar de fingir que estaba a punto de correrse. Abrazó su cuello y se colgó de EL pasando sus piernas alrededor de su cintura, lo que hizo que el vibrador se apretara más de lo que lo había hecho en toda la noche. Pero ya no le importaba lo que pudieran pensar los demás, estaba con su amante, y las ganas de desnudarlo y de disfrutar de su vientre plano y duro y de sus moldeadas piernas eclipsaban cualquier atisbo de vergüenza.

-           "Tengo tantas ganas de ti que no se si podre aguantar hasta que lleguemos a mi casa"- Le gritó al oído para hacerse escuchar por encima de la música.
-           "Tranquila, eso tiene fácil solución" -Le contestó EL al tiempo que la puso delante suya guiándola entre la gente, aprovechando los momentos en los que debían detenerse para dejar pasar para darle una palmadita en el culo o arrima su pantalón contra ella.

Llegaron a una puerta de la que colgaba un letrero de "privado". Ella se giró para preguntarle si era aquel su destino pero él la detuvo con un beso tan dulce que mientras EL abría la puerta con una llave que sacó del pantalón, ella seguía aun con los ojos cerrados y su lengua relamía el sabor de sus labios. Una vez dentro, y después de haberse asegurado de cerrar con llave, EL le contó que aquella sala era para un apartado que tenia la discoteca para fiestas "VIP", y que al ser el dueño amigo suyo desde la infancia le había regalado una copia de la llave al abrirla.

-           "Así que ahora somos gente "VIP" -Dijo ella mirando cómo se encaminaba hacia una pequeña barra situada al otro extremo de la sala.
-           "Exacto" -contestó al tiempo que sacaba una botella de champán y la introducía en una cubitera con unos cuantos hielos- "Siéntete como en casa, ponte cómoda" -Y le señaló uno de los tres bancos acolchados de los que disponía la sala.

Ella le hizo caso y se sentó en uno de los dos que se encontraban frente a un gran espejo de marco dorado que colgaba de la parece.

-           "Tu esto lo has hecho antes ¿verdad?" -Le preguntó mientras EL servía dos copas de champán.

Dejó la botella en la cubitera de nuevo y le ofreció una de las copas,

-           "Puede que sí...".

Y apretando un botón de la pared hizo que la luz se atenuara y comenzara a sonar música de fondo. No necesitaba preguntar más, lo único que necesitaba saber es que se moría por desnudarlo, que a pesar de que EL hubiera detenido el vibrador seguía moviéndose cada vez que cruzaba las piernas, o se sentaba, que su piel estaba ardiendo y casi podía distinguir el olor de su deseo...

Dejó la copa encima de la pequeña mesa redonda que estaba entre los dos y se sentó en sus rodillas, recostando su espalda en su pecho para así poder situar sus labios a la altura de su oído, y tras juguetear un instante con su lengua en el cuello le susurró... "No te puedes imaginar lo mojada que llevo toda la noche, tu regalito me ha puesto a cien..."

EL deslizó una de sus manos por debajo de la goma de sus leggins y sacó el pequeño vibrador tirando de la cuerda. "Pues ya no necesitas esto para hacerlo, ahora me tienes a mí para terminar el trabajo", y dejó el vibrador, completamente mojado, entre las dos copas de champán.

A partir de ese momento las ropas volaron hasta quedar repartidas por todo el suelo de la sala, las caricias iban, los lametones venían, ella se arrodillaba frente a sus piernas para saborearlo todo, EL agarraba su cabeza para levantarla y tumbarla sobre la mesa... las copas de champán se derramaron salpicándole los pechos y El aprovecho para beber de ellos, y dejarlos bien secos antes de levantar sus piernas y tirar de ellas hacia su cuerpo para comenzar con el verdadero juego, y no pararon hasta que la habitación comenzó a darles vueltas mientras ambos dos llegaban a sincronizar sus jadeos y se decían con los ojos que estaban disfrutando como niños.

Cuando terminaron ÉL se quedo acariciando su espalda, se inclinó hacia ella y le dijo..."Espero que te haya gustado el regalo"

jueves, 12 de enero de 2012

El relato Bar, Paseo, Banco, Rincón, Tesoro en Audio

Ya podéis escuchar el relato Bar, Paseo, Banco, Rincón, Tesoro en audio, con la voz hermosa y cálida de Isa,
en este link

http://t.co/3xwF0p3M

domingo, 8 de enero de 2012

El peregrino

A las diez apagaron las luces.

Tras organizar mi ropa, salí de la habitación ayudado por una pequeña linterna, esquivando mochilas. Mi cama, la de abajo de la última litera de aquella habitación, era estrecha, se apoyaba en la pared y estaba sucia. Nada nuevo, y nada de lo que no pudiera protegerme un saco de dormir y una sábana para la almohada. Algunos hablaban en bajo, otros usaban la luz de sus teléfonos móviles, otros ya roncaban. Yo solo quería fumar un cigarro.

Llovía a mares, pero las nubes retenían el frío. A la puerta del albergue había un banco ancho, y cubierto por un tejadillo. Me senté junto a un hombre, que enseguida entabló conversación. Me interesó su experiencia. Pasados un par de minutos, ella se sentó a mi izquierda. Poco abrigada, como yo, trataba de encender su cigarro con un mechero al que apenas le quedaba gas. La ofrecí fuego y se unió a la conversación. Una nueva experiencia que acumular a las escuchadas aquel primer día de camino.

Calculo que dormíamos aproximadamente cincuenta personas en aquella habitación. Cuando retorné a mi cama, y dejé a derecha e izquierda toda la fila de literas, ya no quedaban luces encendidas, y el número de peregrinos que roncaban había aumentado exponencialmente. Encendí el piloto de mi teléfono móvil, lo apoyé en un lateral de la cama, me quité el pantalón y me sumergí dentro del saco de dormir. Tres literas más allá, en la parte de arriba, permanecía encendida una pequeña linterna. Era la suya. Me incliné para verla mejor. La sostenía con la boca, alumbrando a sus piernas. Se bajó el pantalón. Qué bonito espectáculo. En camiseta y bragas, llenaba sus manos de crema y masajeaba sus muslos, de las rodillas a la pelvis, con el sentido de las agujas del reloj. Después pasó a masajear sus gemelos, y después sus tobillos. No acerté a ver posibles lesiones en sus pies. Después, se apagó la linterna y todo quedo definitivamente a oscuras. Aquella imagen me excitó.

Amaneció en la habitación, aunque no en la calle. La lluvia era persistente. Cuando fui al baño a asearme, ella ya se había marchado. Durante el recorrido de aquel día no la encontré. Finalizada la etapa, nuevo albergue, de habitaciones más pequeñas. Comenzaron mis dolores y me costó incluso subir las escaleras hacia la habitación. Ocho literas, dieciséis personas. Y ella de nuevo. Estaba sentada en el suelo, junto a su cama, esta vez en la parte inferior. Curaba sus heridas de los pies. Nos saludamos, comentamos las incidencias del día, y después cogí mis cosas de aseo para ducharme. Los baños eran mixtos, y disponíamos de dos duchas para todos. Quedaba una libre, aunque cuando iba a entrar sonó mi teléfono móvil y aquello me retuvo unos minutos, apoyado en la ventana, mirando las calles de aquel pueblecito. Después acudí al baño. Tras pasar las dos primeras puertas, para los wáteres, me asomé a la primera ducha, sin puerta, y encontré a un hombre desnudo. Retiré la vista enseguida.

En la segunda ducha, encontré un nuevo espectáculo excitante, aunque esta vez menos duradero. Que desnudez más sencilla la suya. Aclarándose el pelo, no estaba exactamente de espaldas. Tampoco de perfil. Me costó retirar la vista. Quizás fueron tan solo tres o cuatro segundos, lo suficiente, como para contemplar un culo bonito, una cadera huesuda, la línea de su tronco hasta sus hombros, y el perfil de un seno precioso, ni grande ni pequeño, sobre cuyo pezón rosado goteaba incesantemente el agua. A mi espalda, en la ducha anterior, salía el hombre camino de la zona de lavabos. Me asusté y giré bruscamente hacia atrás. Tal vez aquello me delatara. Estaba excitado. Sentí la tentación de masturbarme, pero cualquiera podría verme. Incluso ella. Me acerqué mucho al grifo de la ducha, para evitar que cualquiera que pasara pudiera ver la expresión viva de aquella excitación. Escuché que el grifo de su ducha se cortaba. Procuré no moverme. No sé si ella me miró o no.

A la noche, no me acompañó la suerte. No coincidimos en el último cigarro. Tampoco pude ver cómo masajeaba sus piernas. Su cama estaba en ángulo muerto a la mía.

Tercer día de trayecto. Coincidí con ella en un lugar de descanso. Saludé, tímido. Ella me miró y sonrió. Quise ver un gesto cómplice, y tal vez solo hubiera un gesto de cortesía, o pícaro, haciéndome ver que sabía que la había observado desnuda. Mi paso, el resto del día, aceleró. Cuando llegué al albergue, ella aún no lo había hecho. Cuando me duché, tampoco. Dormí la siesta, durante casi tres horas, para que descansaran mis piernas, y al despertar no estaba en la habitación. Salí a pasear y a cenar, para volver al albergue cuando las luces estaban apagándose. Ese día me tocó litera superior. La litera de al lado distaba tan solo diez centímetros de la mía. Era una cama de matrimonio, salvando las distancias. La puerta del baño se abrió, dejando entrever la claridad a la habitación y, con el cepillo de dientes en la mano y un pequeño neceser en la otra, salió ella, y trepó hacia mi litera, esa que no era mía, pero que me acompañaba tan cerca.

Se guió de una pequeña linterna para escalar hasta su cama. Me vio, se acercó a mi, noté su aliento, y me dijo: "buenas noches" susurrando. Pero esta vez no me dejó ver sus preciosas piernas, enbadurnadas en crema anti-inflamatoria. Se masajeó a oscuras, y no perdí detalle de cada sonido, del dulce choque de las palmas de sus manos contra sus muslos, esos que dibujaba presa de la exitación, cargado de morbo, en mi mente. Se introdujo en el saco de dormir, y yo no podía cerrar los ojos, tal vez esperando que una luz inesperada me facilitara un pequeño resplandor sobre el que mirar de forma disimulada. Pasados unos minutos, escuché el sonido de la tela de su saco de dormir. Se estaba moviendo, tal vez buscando la postura, La tenía a escasos trenta centímetros de mi cuerpo. Y a la vez estaba tan lejos...

Dejé de escuchar la tela del saco, pero de repente comencé a percibir su respiración más profunda. Pensé que se había dormido ya, pero me equivocaba. Tras unos segundos, escuché un leve gemido que trató de ahogar, y un casi imperceptible sonido regular de sus brazos sobre la tela del saco. Estaba masturbándose, a escasos centímetros de mí, y yo no podía hacer nada más que morderme los labios. Por el ruido de la tela, pensé que probablemente habrá encogido las piernas, para facilitar el movimiento de sus dedos, y sentir mayor placer. Yo quedé paralizado, escuchando sus leves gemidos, su respiración entrecortada y necesariamente silenciosa. Sentí la tentación de hacer lo mismo, pero temí que ella se diera cuenta y que el ruido que pudera hacer estopeara aquel momento de morbo, porque ella se diera cuenta. Pensé que lo hacía aposta y pensé que ella creía que no me enteraría. Las dos cosas. Pensé en acercarme a ella, pero era un lugar imposible y el rechazo, de existir, hubiera sido inevitablemente violento. Pensé muchas cosas, excitado, enormemente excitado, durante los diez minutos que duró aquella pequeña sinfonía de placer que ella se estaba regalando. Cuando volvió el silencio, no pude evitar descender de mi litera, y masturbarme en el baño. Al volver, ella debía de dormir. No se oía nada. Yo, aún tardaría mucho en conseguirlo.

Nueva etapa, la más larga, la más bonita, la más agotadora. El destino era múltiple. Varios albergues, en unos pocos kilómetros a la redonda. Las probabilidades de coincidir eran mínimas. A pesar de los dolores, íbamos a buen paso. De nuevo, cuando salimos, ella ya no estaba. A las tres horas de trayecto, la adelántamos. "¿Cómo vas?"  La pregunté. Ella respondió: "Hoy no sé si llegó. Me costó dormir". No supe qué decir. Después encontré algo coherente: "¿Necesitas algo?". Ella negó con la cabeza sonriendo. Entonces seguí mi camino.

Con el paso de los kilómetros los dolores se hicieron continuos y decidimos cambiar de planes y alojarnos en un albergue a tres kilómetros del destino, a las afueras del pueblo, junto a un sencillo río. Las habitaciones eran inmensas pero lo suficientemente espaciosas como para no juntar unas literas con otras. Me duché y salí a comer a un restaurante que se encontraba junto al albergue. Con el cuerpo relajado, frío, los dolores se hicieron más intensos. Al regresar al albergue, con el único objetivo de descansar y dormir una buena siesta, la encontré de nuevo, en la recepción haciendo su chek-in. Aquello no podía ser casualidad, porque yo no creía en las casualidades. No dije nada y me fui a acostar. Me sentía de nuevo excitado por su simple presencia, pero no tardé en dormir.

Desperté a media tarde, antes que el resto de alberguistas. Muy pocos estaban despiertos, y los que lo hacían ponían sus lavadoras o tendían su ropa en la zona habilitada. A esas horas ya no llegaban nuevos caminantes. Me acerqué al bar y cogí un tercio de cerveza. Después volví al albergue con él, me senté en unas escaleras de cemento, que simulaban una bajada al río, y fumé un cigarro. A los pocos minutos, comenzó a chispear, aunque el frío seguía retenido por las nubes. No me disgustaba mojarme, así que continué sentado. La poca gente que transitaba la zona, en sus quehaceres de limpieza la mayoría, desaparecieron dentro de las habitaciones. Noté una presencia, me dí la vuelta y era ella, que se dirigía hacia mí. Un escalofrío me recorrió por dentro, aunque supe mostrarme tranquilo. Ella llevaba pantalones piratas, los pies al aire, protegidos por unas chanclas. Varios dedos con apósitos, que escondían ampollas, y la zona del gemelo de una pierna y el tobillo de la otra vendados. Llevaba un cigarro entre sus dedos y una camiseta fina de manga larga, que nada dejaba ver, aunque hubiese jurado en aquel momento que no llevaba sujetador debajo. Se sentó a mi lado.

- ¿No duermes? - Dijo.
- Ya me eché un rato. Llegamos pronto. ¿Y tú? Ya veo que te has curado -Respondí.
- No tengo sueño, además, si me duermo ahora, luego me costará más.

Se hizo el silencio por unos segundos. La lluvia crecía, por momentos, en intensidad.

- Es verdad, no me acordaba. Antes dijiste que te había costado dormir anoche, ¿no? -La dije.

Ella volvió a sacar su preciosa sonrisa, a veces ingenua, a veces maliciosa. Y decidió atacarme.

-A veces uno no se duerme porque no puede, porque tiene cosas en la cabeza, no sé. Otras, uno no duerme porque no quiere dormir, porque quiere entretenerse un rato antes de hacerlo, ¿sabes?. ¿A ti no te pasa?

- No sé, supongo que sí.

- ¿Y tú?. ¿A tí te costó dormir?

Sonreí, pero me quedé callado. Ella no me estaba pidiendo una respuesta, y prosiguió.

- ¿Qué tiene de morboso mirar cómo me dio una crema anti-inflamatoria en las piernas? Yo no miraría a un chico haciendo lo mismo, no me parece especialmente excitante. Quizás lo de mirarme cuando me ducho puede serlo, yo lo hice contigo después. Disimulabas mal pegado a la pared en la ducha.

Yo me eché a reir. Estaba entre la espada y la pared. Respondí:

- Bueno, a mí sí me parece morboso mirar cómo te dabas crema en las piernas. Lo de la ducha fue sin querer, no miré más de dos o tres segundos.

- ¿Y anoche, cuando me estaba masturbando a tu lado y no me podías ver? ¿Qué pensaste? Porque yo pensé: si a este chico le gusta tanto mirar, ¿Qué pasaría si se queda a oscuras y se lo pierde?

- Eres un poco mala, me parece -La dije.

- ¿Por qué no viniste conmigo? 

- Porque no estaba seguro de que quisieras que fuera.

Ella apagó su cigarro lentamente, esparciendo el tabaco sobrante y guardando la boquilla en el bolsillo de sus pantalones. Después dijo:

- Mira, en este albergue los baños están en ese edificio, lejos de las habitaciones. ¿Lo sabes, no?. Yo me voy a ir para allá, porque tengo que hacer una cosita. Si quieres, puedes venir a mirarme.

Se levantó, y se dirigió a los baños. Yo, como un niño que camina a varios pasos de su madre, fui detrás. Ella, al darse cuenta de que yo la seguía, decidió entrar al baño de los chicos. No había nadie en la zona, aunque en cualquier momento alguien podría pasar. No pareció importarle. Abrió la puerta de uno de los wáteres y la dejó entreabierta. Me estaba esperando. Yo entré y cerré la puerta. Ella, de pie, metió su mano dentro del pantalón y comenzó a acariciarse con su dedo índice.

-   ¿Te gusta lo que ves? - Me dijo.

- Mucho -respondí.

Entonces ella cogió mi mano, poniendo la suya encima de la mía, la introdujo dentro de su pantalón, levantó una pierna encima del wáter, y como si quisiera explicarme cómo hacerlo, dirigió mis dedos hacia su clítoris. Me los movía a su gusto. Después, los dirigió hacia abajo, para que notara su humedad, para que la recogiera y la desplazara hacia su clítoris de nuevo. Efectivamente, no llevaba sujetador. Sus pezones se transparentaban por la camiseta de manga larga fina. Cerraba los ojos y apretaba la mandíbula, como si se fuera a morder los labios. Finalmente, sacó su mano, y dejó la mía acariciándola. Respiraba como la noche anterior, pero esta vez notaba de verdad su aliento. Estaba realmente excitado. Mi polla sobresalía del pantalón y ella comenzó a acariciarla por fuera, de abajo a arriba, pero sin precipitarse a sacarla. Yo, por un instante, bajé de nuevo mis dedos y los introduje dentro de ella. En ese momento, no pudo reprimir un gemido. Buscó mi boca y nuestras lenguas, por fin, empezaron a jugar. Nuestros cuerpos, por fin, se juntaron. Ella, mientras con una mano sacaba la polla de mi pantalón, con la otra me acariciaba la espalda por debajo de la camiseta. Yo, mientras la masturbaba, dirigía su cabeza hacia mi boca, cogiéndola del pelo.

Ahora intercalaba los masajes en el clítoris con la penetración de mis dedos, cada vez más intensa. Ella empezó a masturbarme mientras que con la otra mano me acariciaba por debajo de la polla, por los huevos y las piernas. Conseguí levantarle la camiseta, y dejar al aire esas preciosas tetas, para saborearlas, lamerlas, mordisquearlas, después de haber devorado su cuello, a mitad de camino. Ella no tardó en correrse. Lo supe porque tensó las piernas y perdió la cadencia que llevaba a la hora de masturbarme. Me permití un segundo para bajarla el pantalón y las braguitas, y acariciarla con una mano mientras que la penetraba con los dedos de la otra. Convulsionó varias veces, gimiendo en mi cuello, hasta que una aspiración profunda me indicó que había terminado.

Se sentó en el water y se precipitó hacia mi polla. La introdujo en su boca lentamente, pero, a continuación, comenzó a comérmela con ritmo, y m extación era tal que enseguida se dio cuenta de que no tardaría en correrme. Conseguí quitarle la camiseta antes de acabar entre sus tetas, mientras la agarraba fuerte del pelo, empujándola hacia mi.

Hubo un instante de silencio. Después, me senté en la taza del wáter y ella encima mía. Quería penetrarla, follarla, metérsela dentro, notar su calor. Tras las primeras penetraciones, ella no tardó en acelerar el ritmo, apoyando sus manos en mi cabeza. Yo lamía sus pezones que golpeaban contra mi boca para después alejarse, y volver, alejarse y volver. Coon mis manos, separaba los mofletes de su culo, las piernas, para faclitar la penetración, para obtener más placer, para follarla mejor. Ella gemía abiertamente, aprovechando que no había nadie en el baño. Unos momentos después, me dijo:

- Cógeme, me queda poco.

Cuando paramos la penetración, para cambiar de postura, sonó la puerta del baño. Alguien entró a uno de los wáteres cercanos. Nosotros, excitados, nos miramos, pero no hizo falta decir nada. La coloqué en la pared, la levanté en vilo, entrelazando sus piernas a mi cintura, y comencé a follarla con fuerza, violentamente. Ella ni pudo, ni quiso reprimir sus gemidos. Yo tampoco los míos. Tal vez aquella persona que entró en los baños sintiera morbo, tal vez nos miraba como miraba yo los días anteriores, pero nos daba igual. Queríamos seguir sintiendo placer y corrernos juntos. Y no tardamos en hacerlo, primero ella y después yo.

Permanecimos unos instantes en silencio, recuperando el aliento. Después me dijo:

-¿No te parece que esto es mejor que mirar?

Yo sonreí.

A las 10 apagaron las luces. Unos roncaban. Todos, o casi todos, dormían. Había sido una etapa larga.