jueves, 23 de febrero de 2012

LA FIESTA


Habían pasado muchas cosas antes de aquella noche. Tantas, y tan intensas, que tal vez ni mi cabeza ni tu corazón estaban dispuestos a intercambiar ni una sola palabra sobre el pasado. Ni un solo gesto de cortesía, de saber quién era yo antes de ser quien podría llegar a ser ese día, de pensar qué eras tú para mí antes de ser la anfitriona de una fiesta a la que llegaron antes mis manos y mis ojos, y tiempo después mi sensatez. Pero, en definitiva, había aparcado en tu puerta, dispuesto a escapar por unas horas de aquel túnel oscuro que atravesaba, bajo tu supervisión.

Me presentaste a los que no conocía aun y saludé a los que había visto en otras ocasiones. Todos, más de una decena, tomaban algo repartidos en grupos pequeños en la planta inferior, rodeados de música, cojines y sillas. Me cargaste un Ballantines con Coca Cola y subiste a por hielos. Con una coleta que agarraba tu pelo largo, habías decidido ponerte un vestido negro con dibujos, moderno, casi infantil, que a simple vista no acompañabas con nada más. Ibas descalza y sin pendientes.

Yo me incorporé a un grupo pequeño en el que se encontraba alguna amiga tuya que conocía de antes, y alguna otra que no había visto en mi vida. Me resultó sencillo integrarme, ya que todo el mundo era amable y se encontraba a gusto. En ocasiones, y siempre empezando por mi izquierda, circulaba algún porro de boca en boca. Se oían las risas entre varios de ellos y tú, a veces, pasabas por mi lado. Siempre me mirabas. Cuando me daba cuenta y nuestros ojos se cruzaban, sonreías. Cuando yo no me daba cuenta de que me mirabas, supongo que simplemente supervisabas que estuviera cómodo. Cuando tú no te dabas cuenta de que quien miraba ella yo, simplemente me fijaba en cómo te movías, en tus piernas o en tus hombros.

A medida que el alcohol y el hachís iban haciendo efecto, el pequeño grupo de dos chicas y un chico en el que me encontraba decidió sentarse en unos cojines que había en una esquina. Enseguida me di cuenta de que el chico de mi derecha y la chica que tenía enfrente eran, habían sido o iban a terminar siendo pareja. La chica de mi izquierda era mona, hablaba mucho, y cuando se reía tenía la necesidad de tocar, de alargar su brazo para notar un contacto físico con el que hacer más cómoda la interacción. Síntoma claro de inseguridad.

Para cuando estaba terminando mi segundo cubata, los dos sabíamos que la chica de mi izquierda quería algo más allá de esa agradable conversación. Yo estaba dispuesto, necesitado y, con el efecto progresivo de los porros que circulaban siguiendo siempre el mismo recorrido, seguro de mí mismo. Pero no había prisa. Tenía ciertas dudas sobre cómo podía sentarte a ti aquello. Tú buscaste una posición en la sala en la que en cualquier momento podías verme, y yo trataba de quitar de mi cabeza la enorme losa que me suponían esos ojos clavados en mí.

Pasaron los minutos, y agoté el último trago al tercer cubata, dejándolo al lado de mi pierna, justo en una de las esquinas de la sala. De repente, como un resorte, te incorporaste de donde estabas sentada y viniste directa hacia mí. Traté de aguantar de nuevo tu mirada, que esta vez no sé bien qué quería expresarme. Cada vez más cerca, a medio metro, a diez centímetros. Te agachaste para recoger el vaso y yo ni siquiera podía moverme. Al hacerlo, mi boca quedó entre tu cuello y tus tetas. Casi podía rozar tu piel. Noté un espasmo en mi pantalón. Me excité por un segundo, por primera vez delante de ti y fue una sensación extrañísima. Temí que lo notaras y, a pesar de ello, tu gesto me pareció una provocación. Cuando te levantabas, aún cerca de mí, nuestros ojos volvieron a cruzarse. Me imaginé por un segundo a un perro peligroso enjaulado, ladrando, observando, siguiéndote con la mirada, mientras tú, fuera de la jaula, jugabas a que deseara comerte. Pero esa noche, parecía estar escrita para la chica de mi izquierda, esa que aguardaba a que yo diera el paso, a que acortase el itinerario de mi boca a la suya.

Seguía en una conversación amena, pero mi cabeza se había marchado a otra parte. Con el paso de los minutos, me di cuenta de que no volvías a buscarme con la mirada, con lo que me fui convenciendo de que había sido una penosa fantasía mía, que pensé que existió por un segundo sencillamente algo que no ocurrió, que lo prohibido seguía siendo prohibido. En todo caso, el alcohol me había hecho efecto y simplemente por un instante había dado pie a un cuento imposible. Entonces volví a fijarme en la chica de la izquierda. No la encontré tan mona como al principio, pero seguía dándome morbo. Pensé que no le hacía falta tanto empeño en prolongar lo holgado de su camiseta de tirantes para que yo pueda perderme, disimuladamente aunque cada vez menos, en su escote.

Con el paso de los minutos estábamos cada vez más cerca. Ella solo esperaba a que yo la besara. Y yo solo esperaba a que un nuevo cruce de miradas contigo me resolviera definitivamente las dudas. La conversación seguía siendo fluida, pero nuestros dos compañeros de corro ya andaban jugueteando con sus lenguas. Miré la sala. No estabas. ¿Buscando hielos? Vete tú a saber. Me dije: ya. Se terminó, voy a follarme a esta preciosa chica que falta me hace.

Cambié de postura, giré mi cuerpo hacia ella y, como una broma del destino, tus pies descalzos aparecieron de nuevo por la sala, llevando en volandas un cuerpo que, copa en mano, ingería un último trago del vaso. Lo dejaste en un lado del suelo, junto a la pared. Algo novedoso, porque durante toda la noche te había visto recogerlos, no abandonarlos a su suerte. Viniste hacia mí, y yo traté de no perder el hilo de la conversación. Me tendiste la mano."¿Puedes venir?" dijiste "es un segundo".

Un segundo tardé en levantarme, ayudado por tu mano, y seguir detrás sin soltarla. Subimos dos tramos de escalera, allí donde no había nadie. No me dijiste nada. A mí me dio tiempo a pensar dos o tres cosas de camino. "Está enfadada", "¿Qué quiere?" y "Vaya preciosidad de piernas" exactamente. Con el tercer pensamiento, volví a notar el escalofrío anterior.

Abriste la puerta de una habitación que tenía la luz apagada, entraste, me llevaste dentro y la cerraste. Me puse tenso. No entendía nada. Unos segundos de silencio, los suficientes para darme cuenta de que no tenías intención de encender nada. De la tensión pasé a una total excitación. Fui yo el que se encendió. Mi polla creció en mi pantalón. Era el momento de rebelarme, aunque tuviera que imaginarme todo aquello que esa noche había intentado desnudar con la mirada. Mi mano seguía junto a la tuya, como dos hermanos. Giré los dedos y los entrelacé con los tuyos, ahora ya como dos amantes. Mi otra mano buscó tu otro brazo y lo encontró. Subió hasta tu hombro y se quedó en tu cuello. Noté que tu cabeza se inclinaba hacia adelante, que venías hacia mí. Avancé medio paso y antes de encontrar tu boca, noté tus tetas, escondidas bajo el vestido, en mi pecho. Paré un instante, hasta sentir tus pezones duros. Entonces me di cuenta de que era el momento.
 
Busqué tus labios con mi boca, a tientas. Los encontré cerrados en el primer beso, entreabiertos en el segundo, y completamente abiertos en un tercer beso largo, que acabó por rebasar mi morbo. Hasta el cuarto beso, tú no dejaste aparecer tu lengua. Su roce con mis labios, llevó a mis manos a moverse hacia tu espalda, atrayéndote hacia mí. Cuando nuestras dos lenguas se juntaron, y jugaron como en los besos adolescentes, tu tripa ya notaba mi polla dura, ardiendo en deseos de devorar aquello que no era capaz de ver. Tus manos buscaron mi culo y empujaron hacia ti. Después se perdieron por debajo de mi camiseta, empujando desde abajo hasta sacármela por encima de la cabeza. No había marcha atrás.

Dejé tu boca por un instante, y me hundí en tu cuello, a la vez que tú te comías mi hombro. Retiré los tirantes del vestido, acaricié tus tetas y bajé hasta tus piernas, para acabar subiendo las manos por debajo del vestido justo en el momento en que volvía a besarte. Te noté respirar fuerte en aquel momento, y tu mano paseó por el bulto de mi pantalón, de abajo a arriba. Busqué liberar tus tetas, lamerte los pezones, mientras conseguía notar tu humedad con mis dedos y bajaba tus braguitas. Tuve un arranque violento, por decirlo así, y a tientas te llevé hasta la pared. Te dejaste llevar, pero quisiste liberar mi polla del pantalón primero. Cuando lo conseguiste, me acariciaste levemente, de nuevo de arriba a abajo, como si estuvieras tanteando el terreno.

Sin abandonar un segundo tu boca, comencé a acariciarte el clítoris. Tú hiciste lo propio, masturbándome. Yo quería ser el dueño de esa habitación oscura. Así que, en el momento de penetrarte con uno de mis dedos, bajé con mi boca para lamer tu clítoris. Levantaste una pierna hasta mi hombro y empujaste mi cabeza hacia ti. Yo estaba en un cielo imposible. A cada movimiento, un surco de placer recorría tu cuerpo. Cada vez que bajaba y subía con mi lengua por tu clítoris, un gemido de placer. Y tus manos, apretándome hacia ti.

Pero tú también querías ser la dueña de esa habitación y, enseguida, cambiaste de posición siendo yo ahora el que estaba frente a la pared, y tú la que podía hacer y deshacer. Sin dejar de tocarme la polla, bajaste por mi pecho hasta mi ombligo, y desde ahí, te perdiste jugando por cualquier sitio. Todos me daban placer. Al final, tras recorrer de abajo a arriba mi polla con tu lengua, la metiste en tu boca, y comenzaste a moverte. ¿Cuánto tiempo? No lo sé. Un minuto, dos horas o quince segundos, pero me tenías completamente atrapado.

Paraste y me dejé guiar hasta la cama. Tú conocías aquel espacio. Intenté ponerme encima de ti pero la pelea por el momento la seguías ganando tú. Te sentaste encima mía, frotaste mi polla con tu clítoris, y subiste encima mía bajando despacio, notando la penetración lenta, extremadamente lenta. A partir de ese momento, comenzaste a moverte despacio, en vertical, imponiendo tu ritmo. Yo comencé a acariciarte el clítoris. Quería devolverte el placer que estaba recibiendo. Tú sola comenzaste a acelerar progresivamente, hasta inclinarte hacia mí. Notaba el choque de tus tetas en mi boca. Trataba de lamer tus pezones cada vez que subías. Por fin, de nuevo, nuestras lenguas. Y el calor inmenso de estar dentro de ti.

Me excitó aun más ver como tu respiración se entrecortaba y, aprovechando que volvías a inclinarte hacia mí, logré darte la vuelta y ponerme yo encima. Sin perder ni un segundo, comencé a penetrarte a gran ritmo, como un desesperado, levantando tus piernas de nuevo, golpeando tu vientre, buscando tu orgasmo.

Sudábamos, estábamos pegados el uno al otro y yo solo quería escuchar tu aliento en mi nuca. Seguía acariciándote el clítoris, trataba de apretar y separar tu culo para que notaras mejor la penetración, presionaba tu pierna hacia arriba, buscaba de nuevo tus pezones, tu cuello tu barbilla, tus labios, tu lengua. Tú empujabas hacia mí, te movías desesperadamente y yo no podía buscar la excitación en tus ojos.


Te puse boca abajo, y seguí penetrándote hundido en tu cuello. Tú me facilitaste las cosas, e inclinaste tus piernas, poniéndote a cuatro patas. Yo seguía entrando con fuerza, mientras eras tú la que se acariciaba ahora. Te faltaba poco y yo.... yo soy quería vaciarme dentro de ti.

Noté que deseabas más velocidad, que llegaba tu momento, así que decidí  levantarte de la cama, busqué desesperadamente la pared. Levanté con fuerza tus piernas, busqué de nuevo tu entrada, y comencé a penetrarte con aún más fuerza. Tú te agarrabas a mi cintura, golpeándome con tus tetas en la cara. Bendita violencia. Subí y bajé con toda la fuerza que me quedaba. Ahora ya no respirábamos, ahora gemíamos los dos. Al oír que comenzabas a correrte, que en ese momento deseabas morderme en vez de besarme, recibí lo más parecido a una descarga eléctrica en mi cuerpo y comencé a vaciarme dentro de ti, Una, dos, tres, cuatro, cinco veces, y después más despacio, una vez que ambos habíamos terminado, pero que seguía notando tu calor, que permanecía quieto dentro de ti. Entonces repetimos nuestro tercer beso, sin lengua, largo, un beso cómplice, agradecido.

No pude verte, ni siquiera te quité el vestido, me hubiera encantado hacértelo con mi boca, despacio, tantas cosas.... pero nuestro momento había terminado.

Cuando bajé, la chica de la izquierda ya no estaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario