lunes, 16 de enero de 2012

La peregrina


La chica de al lado me golpeó levemente en el hombro. Era hora de despertarse. El tren llegaba a su destino. Había llegado el momento de comenzar a andar. Lluvia fina a las seis de la mañana. Una linterna frontal, una capa de lluvia y un agujero en el estómago. Quise desayunar antes de salir y entré en un bar abierto a esas horas para locos aventureros como nosotros. Pedí un café a la camarera, con una tostada, y me aseé un poco en el baño. Allí le vi por primera vez, despeinado, charlando con sus compañeros de viaje. No me pareció ni guapo ni feo. Tenía exactamente eso que me atrae siempre pero que nunca sé cómo explicar. La sonrisa oculta o las manos, sus imperfecciones ingenuas o su mirada difícil de descifrar. No lo sé.

Recorrí la distancia de aquella jornada sola, charlando con unos y con otros. Conversaciones entretenidas, que humanizaban un camino duro, con viento, con lluvia, aun sin dolores localizados. Cuando llegué al albergue y me alojé en la litera de aquella habitación, decidí acostarme un rato. Después salí a cenar algo rápido, porque a las diez apagaban las luces.

Todos apuraban los últimos minutos en la habitación para colocar sus cosas antes de quedarse a oscuras. Yo ya lo había hecho antes. Entonces le vi, en la última litera de abajo, pegada a la pared. Estaba cogiendo su tabaco. Después salió de la habitación. Decidí hacer lo mismo.

Sobre las calles de aquel pueblecito caía una manta de lluvia. En la puerta del albergue, el desnivel del tejado hacía caer chorros de agua, como en una auténtica ducha, por los laterales. Él estaba hablando con otro chico. Me senté a su lado y traté de encenderme un cigarro. Me sentí boba, cuando me di cuenta de que mi mechero no era capaz de encender porque se quedaba sin gas. Alargó su mano y me ofreció fuego. "Gracias", respondí. Me uní a la conversación, sin explicar porque decidí realizar aquel viaje sola.

Aunque las nubes retenían el descenso de temperaturas, iba poco abrigada. Pantalón pirata y una camiseta juvenil, ajustada. Enseguida me subí a la habitación.

O todos dormían o simplemente se habían desmayado todos en sus camas. A oscuras, escuché el ruido de sus zapatos caminando hacia su litera. Colocó su teléfono móvil en un lateral, con la pantalla encendida y se quitó el pantalón. Me encantó esa imagen. Y yo, que algunas veces me siento guapa, y otras fea,  supuse que si hacía lo mismo tal vez él me mirase también. Tenía ganas de provocarle un poco y  esta vez me atreví. Cogí mi linterna, me la puse en la boca, me desnudé de cintura para abajo y me unté de una loción antiinflamatoria. Jugué a masajear mis muslos, mis rodillas, mis pies. Esas piernas, las mismas, a las que solía sacar continuos defectos cuando me juzgaba duramente, o cuando tenía la autoestima agazapada, eran en aquel momento las piernas de una diosa, pero solo si él las estaba mirando.

Me excité cuando me di cuenta de que él, delatado por la luz de la pantalla de su teléfono, me miraba, analizaba mis movimientos, procurando que no le viera.

Terminé de recoger la mochila e inicié el camino antes de que amaneciera. Él seguía durmiendo. Recorrí los primeros kilómetros a buen ritmo, y la segunda parte más lentamente. A medida que iba bajando el ritmo de mis pasos, varios grupos de personas me adelantaban. Él, con su grupo, no. A mi llegada al albergue municipal del pueblo de destino, mis pies y mis rodillas comenzaban a irritarse, a resentirse progresivamente. Estallaron algunas ampollas. Comencé a curarlas cuando se abrió la puerta y entró él con su gente. Intercambiamos algunas palabras, cogió su aseo para ducharse y sonó su teléfono móvil. Los baños eran mixtos y eso era muy excitante. Quedaba una ducha libre, así que intenté que fuera mía, aprovechando que él se había entretenido en la conversación.

Que el agua salía muy caliente no me vino mal para relajar mis piernas. Aclaraba mi pelo cuando noté una presencia a mi espalda. No quise darme la vuelta. No quise mirar. Pensé que era él y me excité. Como si un chorro de agua helada saliera de repende del grifo ardiendo, me quede paralizada.
No pasaron más de cinco o diez segundos, con aquella presencia en mi espalda. De la ducha de al lado otra persona salió y dejé de notar, bruscamente, esa presencia. Tuve la tentación de tocarme, pero
todavía no era el momento. Terminé de aclarar mi pelo y salí del agua. Quien me había visto estaba en la ducha de al lado. Y al pasar, evidentemente, era él. Me alegré, me dio morbo, me sentí como una payasita tímida, observada, y a la vez como una leona, como una salvaje, dispuesta a todo. Y me quedé un
ratito mirando cómo trataba de disimular, de manera torpe, su polla dura rozando con la pared. Pensé que él se estaría masturbando, y aquello me humedeció, me tensó, me puso muy cachonda. Quizás en su oscura imaginación me estaba follando. Lo cierto es que yo lo estaba deseando.

Cuando llegó la noche, no pude verle. Yo estaba abajo y él arriba, en otro lado. No había forma. Ni una posibilidad de seguir ese juego que empezaba a condicionar mi viaje. Caí rendida.

Por la mañana, volví a ser más madrugadora. Como tenía dolores, quise avanzar mucho, lo más posible, para evitar quedar extenuada a medida que avanzara la etapa. Qué ilusa. Paré a descansar. Al enfriarme, sobrevinieron los dolores, cada vez más fuertes. Apareció y me saludó. No encontré fuerzas para
contestar. Solo supe entresacar una sonrisa tímida. Él paró y siguió, y yo seguía allí plantada.Andar se convirtió el resto del día en una auténtica pesadilla. Cuesta arriba, mi mochila me tumbaba como un
resorte. Cuesta abajo, me aplastaba, me hundía. Sufrí mucho. Tuve dudas e incluso pensé en abandonar.  O aparecía pronto el albergue o aquello dolor restaba sentido a la aventura.

Locura, ansia, afán de superación, morbo, todo a la vez. Tardé muchísimas horas en llegar al destino. Tanto, que todos habían dormido sus siestas y estaban paseando por el pueblo. No tuve fuerzas nada más que para darme
una ducha rápida, escalar hasta la litera superior, curarme y dormir hasta que anocheció. El resto se estaba preparando para dormir cuando yo me sentía mejor, los dolores habian remitido. Entonces, sucedió.No podía creerlo. Junto a mi litera había otra, pegada. Mi compañero de al lado podía ser mi marido y yo su otra mujer. Era chico, estaban sus cosas. Y aunque no estaba, era él.

Estaba contenta, alegre, cachonda, todo a la vez. Recobré mis fuerzas y bajé a cenar. Pensé en imágenes sugerentes, sexuales, directamente guarras que me gustaría que sucedieran aquella noche. Pensé en seguir mirándole, pensé en cómo hacer para excitarle de nuevo, en cómo lograr traspasar esa raya que me forzaba a ignorar dolores y seguir adelante.

Todos estaban acostados. Llegué tarde al albergue, fume un cigarro, cogí mis cosas de aseo sin ni siquiera intentar escalar hasta la litera donde ya estaba él, sin pantalones, dentro de su saco, y fui al baño a asearme.
Procuré hacer poco ruido al salir. Había quien roncaba. Subí torpemente las escaleras hasta la litera y en la oscuridad me acerqué a él, consciente, más de lo habitual, haciéndole ver que sabía quién era, y que estaba tumbado allí, aunque no le hubiera visto en todo el día. Le susurré un 
"buenas noches" y me puse sobre mi saco.

No había opción. No podía verme. Pero sí escucharme. Así que me quite los pantalones, a apenas medio metro de él. Yo sentía un morbo horroroso. No solo por estar junto a él, sino por imaginar lo que estaba sintiendo. Comencé, despacio, a untarme de crema anti-inflamatoria de nuevo, me masajeé las piernas lentamente. Sabía que el ruedo de mis manos, de la tela sobre la que estaba puesta, de mi propia respiración, le llegarían. Primero mis muslos, que eran de nuevo los de una diosa que se poseía a sí misma. Después bajé a mis tobillos y, definitivamente, mis pies. Cuando terminé y guardé el bote de crema, me introduje en el saco de dormir, mirando boca arriba. Deslicé una mano entre mis piernas, y comencé a acariciarme el clítoris. Para entonces, ya estaba húmeda. Al poco, no pude reprimir cómo mi respiración se agravaba, no pude esconder un leve gemido que yo quería que él escuchara, pero nadie más. Él estaba a mi lado y eso me volvía loca. Me acaricié despacio y vinieron mil imágenes a mi cabeza. Pensaba en él, masturbándose, a mi lado, reprimiendo tal vez la velocidad de sus movimientos; pensé en él, mirándome en la ducha, en cómo se empalmaba, en que yo me daba la vuelta y empezaba a comerle la polla; pensé en su imagen masturbándose en el baño; pensé en todas las escenas que habíamos compartido en tan poco tiempo sin que ocurriera realmente nada.

Mi placer se incrementaba. Mis pezones, endurecidos, me daban placer únicamente con el roce de la camiseta. Arqueé las piernas y quise penetrarme con mis dedos. Cuando lo hice, tuve que morderme los labios para que no se me escuchara en toda la habitación. Pensé en que él se acercaba se metía de alguna manera por debajo de mi saco, y comenzaba a comérmelo, a lamerme el clítoris, a jugar con sus dedos, a devorarme mientras yo le agarraba fuerte del pelo, empujándolo hacia mí. Después imaginé tenerle dentro, moviéndose fuerte, notando su pecho contra el mío, lamiéndome el cuello. Cerré los ojos, y me corrí. Esa lengua, ese pecho, esa polla, estaban muy cerca de mí, tal vez deseando lo mismo que yo, pero eran inalcanzables.

Respiré hondo y, aun sintiendo los últimos espasmos de placer, me puse de medio lado mirando hacia él, como él estaría haciendo hacia mí, pero sin vernos. Después, él bajó de su litera y fue al baño. Tardó poco. Se debió de correr enseguida. Después, con la cabeza recostada hacia él, me quedé dormida.

Desperté pronto. Salí casi la primera de aquella habitación. Me esperaba la etapa más larga, la más dolorosa seguramente, a pesar de que había recuperado fuerzas la tarde anterior. Comencé a buen ritmo, alegre, contenta. Fui cauta en las bajadas para no presionar más de la cuenta mis rodillas, y traté de hacer paradas más cortas. Sobre las 9 de la mañana, me adelantó de nuevo, como en días anteriores.

¿Cómo vas? - Me dijo.   
Hoy no sé si llego. Me costó dormir, ¿Sabes?- dije maliciosa.

Se quedó mudo. No esperaba mi respuesta. Estaba junto con sus compañeros, y tardó en reaccionar. Sin embargo, su ritmo era mayor, así que progresivamente iba sacándome distancia. No se podía cambiar el ritmo a esas alturas.

¿Necesitas algo? - dijo al fin.

Yo sonreí, y después, negué con la cabeza. Necesitaba muchas cosas en aquel momento, pero de él esperaba evidentemente otras.

La segunda parte del trayecto volvió a ser una tortura. Cada vez andaba más lenta, y cada paso parecía que era sobre cristales. Igual salía el sol que se ponía a llover. Pasé del calor al frío en minutos. No encontraba modo de acabar con aquella etapa. Cuando me restaban 3 o 4 kilómetros para llegar al objetivo, el terreno se volvió llano. Cruce un pequeño puente sobre un río. A la derecha quedaba un albergue y, después, un restaurante. Al pasar por la puerta de éste, volví a verle, duchado ya, y acabando de comer. Aquello fue para mí una tabla de salvación. Volví unos metros atrás, y probar a ver si aun quedaban camas disponibles. Encontrarle de nuevo y no tener que concluir aquella etapa me alegró el día, me elevó de la desesperación que en la que iba cayendo kilómetro a kilómetro. No compartíamos la misma habitación esta vez. Las camas se asignan por orden de llegada, y yo me había retrasado demasiado. Me duché a duras penas, me curé y fui al restaurante. Él ya no estaba. Ya no quedaba nadie. Todos dormían la siesta. Quien no lo hacía, lavaba su ropa o paseaba junto al río.

Comí sola. Poco a poco iba recobrando la normalidad y en mi cabeza solo manaba la idea de encontrarle, de buscar una justificación para mantenerotra conversación, para seguir con nuestro juego. Lo encontraría antes de lo que pensaba. Después de pagar, volví al albergue y le vi sentado en unas escaleras de cemento por las que se bajaba directamente al río. Demasiado frío para bañarse. Tomaba una cerveza. Llevaba unas chanclas, unos pantalones cómodos, largos, y una camiseta de manga larga fina. Había comenzado a llover y salvo él, todos los demás se habían retirado a las habitaciones. Un bonito escenario y una oportunidad surgida de la nada, que no pensaba dejar pasar. Me puse el disfraz de leona, de nuevo y me senté a su lado.

¿No duermes? - Dije.

Ya me eché un rato. Llegamos pronto. ¿Y tú? Ya veo que te has curado -Respondí.

No tengo sueño, además, si me duermo ahora, luego me costará más.

Nos quedamos callados por un momento. Hablábamos con familiaridad. Nos deseábamos y era muy divertido. 


Es verdad, no me acordaba. Antes dijiste que te había costado dormir anoche, ¿no? -Me dijo.

Sonreí y me fije en los rasgos de su cara. Era el momento de contraatacar su comentario.
 
-A veces uno no se duerme porque no puede, porque tiene cosas en la cabeza, no sé. Otras, uno no duerme 
porque no quiere dormir, porque quiere entretenerse un rato antes de hacerlo, ¿sabes?. ¿A ti no te pasa? -Le dije.

- No sé, supongo que sí.

- ¿Y tú?. ¿A tí te costó dormir?

Le delató su sonrisa, pero no respondió. Me decidí a poner las cartas sobre la mesa. 


¿Qué tiene de morboso mirar cómo me doy una crema anti-inflamatoria en las piernas? Yo no miraría a un chico haciendo lo mismo, no me parece especialmente excitante. Quizás lo de mirarme cuando me ducho puede serlo, yo lo hice contigo después. Disimulabas mal pegado a la pared en la ducha.

Me mostró su sonrisa. Se le iluminaba la cara en cada carcajada. Me respondió:

Bueno, a mí sí me parece morboso mirar cómo te dabas crema en las piernas. Lo de la ducha fue sin querer, no miré más de dos o tres segundos.

- ¿Y anoche, cuando me estaba masturbando a tu lado y no me podías ver? ¿Qué pensaste? Porque yo pensé: si a este chico le gusta tanto mirar, ¿Qué pasaría si se queda a oscuras y se lo pierde?

Eres un poco mala, me parece -Me dijo.

¿Por qué no viniste conmigo? 

- Porque no estaba seguro de que quisieras que fuera.

Apagué mi cigarro, sin prisa, esparciendo el tabaco y guardando el contaminante filtro en el bolsillo de mi pantalón. Me sentía dueña de la situación y quise comprobar si verdaderamente él estaba tan dispuesto como yo a satisfacer nuestros deseos.

Mira, en este albergue los baños están en ese edificio, lejos de las habitaciones. ¿Lo sabes, no?. Yo me voy a ir para allá, porque tengo que hacer una cosita. Si quieres, puedes venir a mirarme.
 
Sonreí. Me levanté y fui andando hacia los baños. Cuando noté que él se levantaba y me seguía, me entró un escalofrío por dentro, que me recorrió todo el cuerpo. De nuevo la excitación. No había pensado dónde entrar, pero me dejé llevar por el morbo. ¿dónde te gustaría? me dije. Pues en el baño de los chicos, y allí entré sin encontrar a nadie. Perfecto. Elegí el último baño al azar, abrí la puerta y la dejé entreabierta. Él estaba cerca, entró y la cerró. Por fin nuestro momento. Sin linternas, sin oscuridad. Cara a cara en aquel habitáculo estrecho. 

Quería excitarle. Llevarle al límite, así que metí mi mano por debajo del pantalón y con un dedo comencé a acariciarme como la noche anterior.

-   
¿Te gusta lo que ves? - Le dije.

Mucho -respondió.

Entonces cogí su mano y puse la mía encima de la suya, con la palma hacia mi cuerpo. La dirigí dentro de mi pantalón y, apoyando mi pierna encima del water, llevé sus dedos hacia mi clítoris, dirigiendo los movimientos, sintiendo su placer por fin. Le notaba empalmado. Después, Bajé sus dedos hacia abajo para que notara mi excitación, para que viera lo húmeda que estaba, para que mojara sus dedos y volviera a dirigirlos sobre mi clítoris. No podía reprimir leves gemidos, mis pezones estaban duros como una roca y sensibles al roce de mi camiseta. Quería disfrutar de ese momento, pero al tiempo quería hacerlo todo de golpe. Me sentía impaciente por tenerle dentro, por follármelo de una vez. Saqué mi mano del pantalón y él siguió masturbándome. Le toqué la polla, dura, por fuera del pantalón, de arriba abajo. Notaba su aliento cerca. Mientras, él bajó mis dedos y me penetró con ellos por primera vez. El placer me invadió entera, me llegó hasta la boca, y no pude evitar gemir en voz alta. Eso debió de excitarle aún más. Busqué su boca. La encontré y la descubrí con mi lengua, buscando desesperadamente la suya. Nuestros cuerpos se juntaron por fin. Le acaricié fuerte la espalda, deseando soltar la excitación que sentía, mientras que con la otra mano liberaba su polla. Por fin podía notar su piel. Él seguía penetrándome con sus dedos, y agarrándome fuerte del pelo, empujándome hacia él.


Bajó su otra mano y mientras me penetraba, al tiempo acariciaba mi clítoris. Hice lo mismo y mientras le masturbaba, masajeaba sus piernas y sus huevos. Me levantó la camiseta y comenzó a comerme las tetas, a lamerme desesperadamente. El placer que sentía era enorme, y enseguida noté pequeños espasmos, previos a alcanzar el orgasmo. Noté su boca en mi cuello, en mi barbilla, en mis hombros, en mi boca, en mis tetas, mientras sus dedos me penetraban cada vez con más fuerza. Perdí la concentración, no conseguía masturbarle bien, iba a correrme, abrí mis piernas todo lo que pude y me corrí como si no lo hubiera hecho nunca, como si fuera la primera vez.

 Aquel orgasmo no relajó el morbo que sentía. Me senté y sin perder un momento dirigí mi boca hacia su polla. Quería comérmela entera. Quería devolverle el placer que me había dado. Me la metí en la boca despacio y después comencé a mamársela con rapidez, deseando notar su explosión de placer. Le miré mientras lo hacía. Cerraba los ojos y volvía a abrirlos. No quería perderse nada. Arqueaba la cabeza hacia atrás y sus piernas se flexionaban por el placer. Le quedaba poco. Dejé que me quitara la camiseta. Quería correrse en mis tetas. Cuando noté que impulsaba su polla con fuerza hacia mí, saqué mi boca, rocé su polla contra mis pezones y seguí masturbándole rápidamente.Me agarraba fuerte del pelo y, finalmente, se corrió cuatro veces entre mis tetas y mi cuello.  

Yo seguía muy excitada. Él se sentó en el water y me atrajo hacia él. Quería follarme y yo estaba deseando que me follara. La primera penetración, lenta, fue un capricho de los dioses. Mi cuerpo era una estufa, entre el calor y la humedad. Volví a bajar lentamente otra vez para notarla entera dentro de mí. Poco a poco fui acelerando la cadencia de la penetración. Mandaba yo, pero mi poder era falso. Él, agarrándome por el culo, me deslizaba hacia dentro y hacia fuera, mientras se comía mis tetas. Cuando arqueaba más mis piernas o separaba los mofletes de mi culo, conseguía que le notara mucho más, y el placer que sentía ganaba en intensidad. Yo olvidé donde estaba y gemía abiertamente. Quería un final salvaje, quería sentirme follada con fuerza, y le dije:

- Cógeme, me queda poco.

Al cambiar de postura, alguien entró a la zona de baños. Escuché la puerta de uno de los wáteres de al lado. Más morbo. No pensaba poner fin a aquella situación. Si quería mirar quien fuera, que lo hiciera, pero yo quería que me follara contra la pared. Me cogió en vilo, entrelacé mis piernas contra su cintura y traté de facilitar que su polla entrara de nuevo dentro de mí. Y lo hizo violentamente. Ambos gemíamos. Era una carrera de penetraciones hasta la extenuación, hasta corrernos de placer. Quería morderle, agarrarle con fuerza, empujarle hacia mí, todo a la vez, y muerta entre la excitación y el morbo, me corrí intensamente mientras él acababa por golpear con sus caderas mi cuerpo, haciendo lo mismo. 

Permanecimos unos instantes en silencio, recuperando el aliento. Después le dije:

-
¿No te parece que esto es mejor que mirar?

Me sonrió.

A las 10 apagaron las luces. Unos roncaban. Todos, o casi todos, dormían. Había sido una etapa larga.

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